29 junio, 2024
Sociedad

Reflexiones ante la muerte del astronauta William Anders.

Por Antonio Las Heras

Prácticamente todos los medios periodísticos se hicieron eco, hace algunos días, del
fallecimiento de William “Bill” Anders, astronauta de la NASA quien formó parte de la
tripulación de la Apolo VIII, que fue la segunda misión tripulada del programa espacial
estadounidense. Esta misión salió al espacio el 21 de diciembre de 1968 regresando seis
días después. Fue la primera misión tripulada en dejar la órbita terrestre, llegar y orbitar a la
Luna y, finalmente, regresar a la Tierra.
Anders murió a raíz de un accidente aéreo ocurrido en el Estado de Washington. Más
precisamente, la Oficina del Sheriff del Condado de San Juan emitió un comunicado de
prensa indicando que el avión en que conducía se había estrellado frente a la costa de Jones
Island.
El cuerpo del ex astronauta fue recuperado el mismo día del accidente, después de que se
lanzara una búsqueda por parte de la Guardia Costera de los Estados Unidos y el
Departamento del Sheriff del Condado de San Juan.
De lo que se ocuparon los medios fue de señalar la trayectoria de este hombre en su
condición de astronauta, tanto como de recordar la icónica foto que tomó del globo terrestre
obtenida desde la órbita lunar; es decir, a unos 380.000 kilómetros de distancia. Una gran y
notoria hazaña para aquellos tiempos iniciales que conducirían a que humanos caminaran
sobre la superficie selenita.
Pero hay un detalle singular, al que pocos prestaron atención suficiente. William Anders
falleció el 7 de junio pasado a causa del accidente ocurrido mientras conducía un avión
monoplaza – un antiguo  Beechcraft T-34 Mentor – cosa que hacía con frecuencia, siendo
reconocido como un diestro aviador.
El tema a destacar es que este hombre había cumplido 90 años cronológicos. ¡Si! Anders
volaba aviones cumplidas sus nueve décadas de vida. Vaya que esto nos habla de la
realidad que estamos atravesando; un tiempo de longevidades donde llegar rumbo a tales
edades de vida con habilidades y capacidades amplias empieza a tornarse cosa habitual. En
el caso concreto de Anders está claro que, siendo nonagenario, tenía sus facultades
mentales, habilidades perceptuales y reflejos habilitados para semejantes responsabilidades.
En principio puede suponerse que se trata de un caso extraordinario; fuera de lo común.
Pero no es así. Los ejemplos son numerosos. Luego veremos algunos de ellos. Lo
importante es tomar consciencia de que la gente que llega a estas edades – si lo hace de la
manera adecuada – queda perfectamente incluida en el ámbito sociocultural sin ningún tipo
de exclusiones. No son ni “abuelos”, ni “gente mayor”, ni “viejos”, ni ninguna idea del
orden de la exclusión, sino que pueden desarrollar sus vidas sumados a la cotidianeidad de
la mayoría de las personas. Cierto es que se trata de algo que hace apenas unas décadas era
impensable; aunque hubo algunos estudiosos – de la segunda mitad del siglo XX – que
adelantaron que, para el siglo XXI, la expectativa de vida aumentaría tanto que llegar
siendo persona útil para sí y para la comunidad sería posible aún a los cien años.

Mientras escribo esto viene a mi memoria que, el pasado 30 de mayo, falleció Genevieve
Marie Anne Marthe de Galard Terraube, quien fue la primera mujer en rendir y aprobar el
examen que la habilitó como enfermera del Ejército del Aire de Francia. No conforme con
ello, se convirtió también en la primera – y única – enfermera en ir (1953) a la Indochina
francesa, para ejercer su profesión en la guerra entre Francia y el Viet Minh de Ho Chi
Minh. Durante su funeral, recibió honores e, inclusive, el presidente Emmanuel Macron
estuvo presente. El dato que me resta agregar, es que Genevieve murió con 99 años de edad
cumplidos. ¡Casi centenaria y plena de lucidez!
Lo que significa que, si comenzamos a indagar, habremos de hallar numerosas personas
que alcanzan estas edades cronológicas. Pero no sólo que sean longevas, sino que se
encuentran habilitadas para la realización de aquellas actividades que, los de menor edad,
se encuentran capacitados para concretar.
La actual carrera presidencial en los Estados Unidos es buen ejemplo. Joe Biden tendrá 82
años para las elecciones de este año. En caso de triunfar, cumplirá su mandato con 86 años.
Su oponente, Donald Trump, acaba de cumplir 77 años. En caso de triunfar, concluirá el
mandato con 81 años.
Daré unos pocos ejemplos argentinos. 
El Presidente de la Sociedad Científica Argentina – la entidad de ciencias más antigua de
América Latina – es el Prof. Dr. Ángel Alonso, de 84 años de edad, integrante – además –
de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires. El Dr. Alberto Cormillot, con 85
años de edad, continúa con su trabajo médico, programas de radio y televisión. El escritor,
periodista y ensayista Roberto Alifano, de 81 años de edad – actual Secretario de Cultura de
la C. D. de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) – continúa publicando sus artículos
semanalmente en diarios europeos. El licenciado en Física, José María Lentino, 81 años de
edad, también dirigente de la Sociedad Científica Argentina. El Dr. Mario “Pacho”
O`Donnell (82 años de edad) quien, dicho sea de paso, acaba de publicar un best seller
(lleva ya 5 ediciones) sobre “la nueva vejez.” El filósofo Prof. Dr. Francisco García Bazán
(84 años de edad), trabajando – actualmente – en un nuevo libro de ensayo histórico. El
doctor en Medicina y en Psicología, psiquiatra y escritor Vicente Rubino acaba de publicar
un nuevo libro en Madrid, mientras reside en la provincia de Córdoba, con sus 91 años
cumplidos. Lo mismo puede decirse de la Dra. Graciela Maturo quien, con sus 95 años de
edad, ha sido nominada al Premio Konex, por su obra ensayística. 
Y este breve listado sólo enumera a algunos de los tantos que, habiendo superado los 80
años de edad cronológica, continúan desarrollando actividades profesionales, artísticas,
científicas, empresariales y literarias.
Se trata, sin dudas, de una de las características que definen los tiempos actuales y que
obliga a reconsiderar el concepto de a qué edad cronológica tiene lugar la “vejez” como
sinónimo de aquel que ya no es hábil para estar activamente integrado en la sociedad.

Antonio Las Heras es doctor en Psicología Social, filósofo, historiador y escritor.
“Atrévete a vivir en plenitud” es su libro más reciente.

 

FOTO: La famosa foto que tomó Anders de la Tierra desde la órbita lunar.