24 noviembre, 2024
Cultura

Rafael Obligado: El poeta del amor por la patria y los paisajes del río Paraná

El 27 de enero pasado se cumplieron 172 años del nacimiento, en Buenos Aires, de uno de los poetas más relevantes de la literatura argentina: Rafael Obligado, conocido como “el poeta del Paraná” y perteneciente a la generación de 1880. Sin duda, el escritor sigue inscripto en el canon de nuestros clásicos del siglo XIX. Su poesía se caracteriza por reflejar los paisajes argentinos como el desierto y la pampa, y por recrear a sus personajes populares como el gaucho. Está considerado como el mejor continuador de la línea abierta por Hilario Ascasubi, José Hernández y Estanislao del Campo, a pesar de que no recurrió como los citados a la utilización del lenguaje gauchesco sino al lenguaje culto. Su poema Santos Vega constituye un poema emblemático de las letras nacionales.

Pertenecía a una familia patricia, de terratenientes, vinculada a los orígenes de la nación. Sus padres Luis Obligado y Saavedra y María Jacinta Ortiz Urién le brindaron una excelente educación. La vida del poeta transcurría entre la casona de Buenos Aires, ubicada en Rivadavia y Tacuarí, y la estancia paterna, que disponía de un bellísimo castillo, en el paraje de la Vuelta de Obligado, un recodo de las barrancas del río Paraná situado exactamente dentro del partido de Ramallo, cercano al límite con el partido de San Pedro en la provincia de Buenos Aires. En un auténtico gesto romántico, en 1896 Obligado hizo construir el castillo en honor a su esposa, Isabel Gómez Langenheim, con quien se había casado diez años antes. La residencia, de estilo neogótico, aún se levanta en las barrancas del Paraná.

Obligado cursó el secundario en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Con posterioridad, inició estudios en la Facultad de Derecho pero los abandonó rápidamente. Se dedicó al estudio de los clásicos antiguos y españoles. Su acusada vocación literaria y su temprana consagración a la creación poética lo convirtieron en una de las principales figuras del panorama cultural argentino de su época.

Según Jorge Cruz, integrante de la Academia Argentina de Letras, sus poemas “descorren el velo de un mundo distante que, sin embargo, fue nuestro, una sociedad patriarcal, familiar, tradicional en sus hábitos, entre urbana y rural”. El carácter local de sus versos sencillos y transparentes estaba dado no por el habla gauchesca sino por algunos vocablos autóctonos como “ombú”, “payador”, “chajá”, “quena”, “camalote”.

La naturaleza pródiga en frutos de la zona del Paraná, el río y las islas, fueron el escenario de su infancia y uno de los temas esenciales de su poesía, desbordante de romanticismo. También las quintas, la pampa, el juncal, el sauzal, la flor del aire, el camalote, el nido de boyeros, las cortaderas fueron objeto de su nostalgia y motivos de sus versos. Así puede apreciarse en El hogar paterno, El seíbo, Al pampero, En la ribera, El manantial, La Pampa, Hojas, Un cuento de las olas y La sombra del sauzal. A su vez, la mujer, en particular la joven mujer angelical, es una presencia frecuente en sus poemas románticos como Primavera y Basta y sobra. Obligado concibe a la mujer al modo tradicional: belleza, pureza, pero en un mundo comandado por el hombre.

Una constante en su obra poética es la patria. En su Autobiografía lo destaca: “Y amé la patria con amor de fuego”. “El sentimiento de lo argentino y su enaltecimiento se manifiestan con absoluta convicción e impregnan los versos que evocan hechos y personajes de un pasado heroico”, analiza Cruz. Ejemplo de ello son los poemas Tacuarí y El negro Falucho. Obligado renegaba de la debilidad por la imitación extranjera y bregaba por “salvar el espíritu nacional del naufragio” que lo amenazaba. También se oponía a la onda naturalista que estaba en auge a fines del siglo XIX.

Se lo puede considerar como un poeta romántico, seguidor del estilo iniciado por Esteban Echeverría, quien fue el primero en tratar el tema gauchesco sirviéndose del registro culto del lenguaje. Así, el poeta publicó en 1883 su famoso poema titulado Santos Vega, una extensa composición, escrita en décimas, que consta de cuatro partes: El alma del payador, La prenda del payador, El himno del payador y La muerte del payador. Santos Vega es la obra maestra de Obligado, quien comenzó a escribirla en 1877.

Basada, al parecer, en la figura de un personaje real, esta obra relata las andanzas del payador Santos Vega, que, a la postre, resulta derrotado por Juan Sin Ropa, personaje que representa la nueva clase popular del momento. Con este desarrollo argumental, Obligado quiso expresar su confianza en que el progreso acabaría superando las rémoras tradicionalistas criollas que anclaban a su nación en el atraso y el subdesarrollo. El Juan Sin Ropa de Obligado es una creación propia, cuya victoria señala el desmoronamiento de una época, el triunfo de “la Europa”, la ciencia y el progreso.

El mito de Santos Vega, el payador vencido sólo por el Diablo, es símbolo de un grupo social que claudica finalmente ante el progreso. De todas las versiones existentes, la de Obligado sobresale por su musicalidad y dramatismo, y por su relato despojado de artificios. Este poema rescata momentos en la historia del payador que avalan su mito.

Otra temática presente en sus versos son las leyendas, esas historias inquietantes que arraigan en el imaginario popular. Esto se observa en poemas como La luz mala, La mula ánima, El Cacuí, El yaguarón y La Salamanca, en el cual retoma el mito de Fausto.

A Obligado no le interesaban la acción política ni los viajes y se resistía a las influencias foráneas, sobre todo las de Francia, entonces en boga. Lector asiduo de los clásicos españoles, en sus poemas evitaba el uso de galicismos. En sus escritos en prosa el tema recurrente es la defensa y la exaltación de la Argentina. Ello puede observarse en Independencia literaria, Sobre el arte nacional y Sobre el criollismo.

En 1884 se mudó a nuestro barrio de Retiro. Vivió en Charcas –actual Marcelo T. de Alvear- 634, frente a la Plaza San Martín, llegando a Florida. Su casa se abría los sábados a personajes de la intelectualidad porteña para exponer y discutir ideas, y comentar libros. De esas reuniones surgió el Ateneo, por el cual pasaron figuras de la talla de Rubén Darío y Leopoldo Lugones.

En 1889 fue nombrado miembro de la Real Academia Española. Asimismo, fue uno de los fundadores de la Facultad de Filosofía y Letras (Universidad de Buenos Aires), consejero y vicedecano en varias oportunidades, y en 1909 recibió el Doctorado Honoris Causa. Además, propuso la creación de la cátedra de Literatura Argentina.

En las dos últimas décadas de su vida, Obligado escribió muy poco. Sin embargo, siguió siendo partícipe de la vida literaria local, como anfitrión en su casa o como miembro de diversas instituciones culturales como la Academia Argentina de Letras, cuyo sillón número 18 lleva su nombre. Pasó sus últimos meses en la provincia de Mendoza para aliviar la severa enfermedad respiratoria que lo afectaba. Allí falleció el 8 de marzo de 1920, a los 69 años.

La producción poética de Rafael Obligado quedó recogida en un volumen de obras completas que vio la luz en 1885, para ser reeditado, en versión corregida y aumentada, en 1906.

Una localidad bonaerense, ubicada en el partido de Rojas, lleva su nombre. Asimismo, la Avenida Costanera de nuestra ciudad fue bautizada en su honor.

Compartimos un fragmento del tercer canto del poema Santos Vega, El himno del payador, en el cual el cantor irrumpe en el campo donde se están enfrentando dos grupos de jinetes que están jugando al pato, deporte característico de la llanura bonaerense. El mensaje del payador es una incitación a conquistar la libertad proclamada el 25 de Mayo, y en él vibra el compromiso de bregar por la liberación:

Mudos ante él se volvieron,/ y, ya la rienda sujeta,/en derredor del poeta/ un vasto círculo hicieron./ Todos el alma pusieron/en los atentos oídos,/ porque los labios queridos/ de Santos Vega cantaban/ y en su guitarra zumbaban/ estos vibrantes sonidos:

¡Los que tengan corazón,/ los que el alma libre tengan,/ los valientes, ésos vengan/ a escuchar esta canción!/ Nuestro dueño es la nación/ que en el mar vence la ola/ que en los montones reina sola,/ que en los campos nos domina,/ y que en la tierra argentina/ clavó la enseña española.”

Hoy mi guitarra, en los llanos,/ cuerda por cuerda, así vibre:/ ¡hasta el chimango es más libre/ en nuestra tierra, paisanos!/ Mujeres, niños, ancianos,/ el rancho aquél que primero/ llenó con sólo un ¡te quiero! /la dulce prenda querida,/ ¡todo! ¡el amor y la vida,/ es de un monarca extranjero!”

Ya Buenos Aires, que encierra/ como las nubes, el rayo,/ el Veinticinco de Mayo/ clamó de súbito: ¡Guerra!/ ¡Hijos del llano y la sierra,/ pueblo argentino! ¿Qué haremos?/ ¿Menos valientes seremos/ que los que libres se aclaman?/ ¡De Buenos Aires nos llaman,/ a Buenos Aires volemos!”

¡Ah! ¡Si es mi voz impotente/ para arrojar, con vosotros,/ nuestra lanza y nuestros potros/ por el vasto continente;/ si jamás independiente/ veo el suelo en que he cantado,/ no me entierren en sagrado/ donde una cruz me recuerde/ entiérrenme en campo verde,/ donde me pise el ganado!”

Laura Brosio