26 noviembre, 2024
Cultura

“La vida es el arte del encuentro…” Presencia y vigencia de Vinicius de Moraes.

Por Antonio Las Heras (*)

El pasado 19 de octubre se cumplió un nuevo aniversario de aquel de 1913 en que naciera ese “poeta y ex diplomático” (así se definía durante sus conciertos) que nos legara la frase: “La vida es el arte del encuentro”.

En coincidencia se cumplen, en este 2020, 40 años del momento en que desencarnó Vinicius de Moraes (1913/1980). Nunca mejor usado el término desencarnó. Murió, como idea de final, es en esta ocasión una palabra desacertada. Vinicius, incorpóreo, sigue aquí con nosotros. Entre nosotros. Vigente. Presente.

Vigente a través de su pensamiento. ¿Cómo desatender aquella frase tan original y contundente (sobre todo teniendo en cuenta que fue expresada allá por los años setenta) que dice: “Me molesta todo lo que aprieta, aunque sea la corbata”? No es poco para quien fuera becario en la Universidad de Oxford e integrara el Cuerpo Diplomático de Brasil desde 1943 hasta 1968. El público que desconocía esto entendía como una ironía cuando, en medio de su show, se presentaba como “poeta y ex diplomático.” Pero era cierto. Ese hombre de camisa abierta, largos cabellos blancos peinados con aceite, gruesas patillas, usualmente con el vaso de whisky en la mano, cantando o recitando sus poemas, no mostraba un ápice del acartonamiento usual en un diplomático. Debe reconocerse que el mostrarse siempre tal como era, desprovisto de máscara engañosa alguna, fue otra de sus notables virtudes. Tanto que en la presentación grabada de uno de sus discos (entonces llamados “long play”) explica que se trata de una obra bien realizada por haberla ideado mientras tomaba un adecuado baño de inmersión. Los cuales eran parte integrante de su vida cotidiana.

Sigue presente el poeta cada vez que – hoy – oímos un ritmo brasileño. Del trabajo de Vinicius, Tom Jobim y Joao Gilberto surgió la bossa nova, pródiga en continuadores.

Autor de la obra teatral “Orfeo de la Concepción”, cuya música compuso especialmente Tom Jobim, con el nombre de “Orfeo negro” (1959), se convirtió en largometraje dirigido por el francés Marcel Camus. Ganó el Oscar a la mejor película extranjera, y en Cannes la Palma de Oro. Sobre esta obra que resultó un real hito en la cultura brasileña y latina en general, su nieta, Mariana de Moraes, explica: “En algunos de sus textos, Vinicius revela cómo desarrolló esta idea de trasladar el mito griego de Orfeo a la favela de Río de Janeiro y de que no fuera un héroe helénico que toca la lira, sino un hombre negro que toca la guitarra”.

Vinicius dedicaba mucho de su tiempo a cultivar amistades. Esos encuentros eran un momento importante de su jornada. Eso sí, elegía muy bien. Prueba de ello es que estuvieron entre sus vínculos Pablo Neruda, Carmen Miranda y Orson Welles (aquel que alteró los Estados Unidos con la obra “La guerra de los mundos”) a quien conoció mientras estaba como agregado cultural en el consulado brasileño de Los Ángeles, primer destino que tuvo como diplomático. El célebre Pixinguinha considerado uno de los mayores compositores de la música popular brasileña, Rubem Braga, Carybé y Manuel Bandeira, también fueron parte de sus tertulias.

Vienen a nuestra memoria algunos momentos con Vinicius. Estaba brindando su espectáculo en una de las más importantes salas teatrales de la ciudad de Buenos Aires, acompañado por María Creuza y Toquinho, cuando el sonido comenzó a fallar y los espectadores a quejarse. Sin mediar palabra, el poeta se levantó (trabajaba sentado y frente a una mesa donde solía depositar el vaso con whisky, algunos papeles y una lapicera) y desapareció de escena. Solucionado el problema, regresó, volvió a sentarse, tomó el micrófono para señalar que no se debe maltratar al artista cuando la cuestión es técnica y, por ello, ajeno a los músicos y cantantes. La gente escuchó en absoluto silencio para coincidir en un prolongado aplauso. Vinicius nada más dijo y pasó a continuar con la rutina prevista.

En otra ocasión el periodista José de Zer fue enviado por el semanario en que trabajaba a acompañar al Poetinha (así le gustaba nombrarse a sí mismo) en un viaje desde Buenos Aires a Montevideo, en barco. De Zer tituló la nota – que apareció en tapa – “Whisquicius de Moraes”. Vinicius lo tomó como una afrenta y lo persiguió cada vez que lo tuvo cerca con la intención de pegarle. Nunca pudo concretarlo. José corría más rápido.

Imposible olvidar esos versos donde escribe: “La cosa más divina que hay en el mundo/ es vivir cada segundo como nunca más”.

Sólo alguien dotado de una gran sabiduría puede sintetizar así y en poesía la que – quizás – es una de las claves para entender cómo ha de transitarse la vida humana.

Para recordarnos: “En el pecho de los desafinados también palpita un corazón”.

(*) El autor es doctor en Psicología Social, filósofo y escritor.

alasheras@hotmail.com

FOTO: Vinicius de Moraes