Ladislao Biro: La inventiva al servicio de la vida cotidiana
El 29 de septiembre se conmemora un nuevo aniversario del natalicio de Ladislao José Biro, el inventor y periodista húngaro nacionalizado argentino, autor de 32 inventos, entre ellos el bolígrafo o birome, que revolucionó la escritura y le dio fama internacional. En su homenaje, en la fecha citada se celebra el Día del Inventor en nuestro país.
Su nombre de origen era László József Bíró, nació en Budapest en 1899. Su nacimiento fue problemático: el médico que realizó el parto le dijo a su madre que las posibilidades de vida eran casi nulas ya que su peso era de poco más de un kilogramo. Entonces su madre forró una caja de zapatos con algodón, puso al bebé adentro y encendió una lámpara para calentarlo, armando así una especie de incubadora. Afortunadamente Biro sobrevivió y creció en la capital húngara, siendo un joven con muchas inquietudes e intereses. Allí fue corredor de autos, hipnotizador, escultor, pintor, agente secreto del gobierno francés, naturalista especializado en hormigas y abejas, y hasta boxeador en su juventud. Finalmente optó por ser periodista.
Su padre dentista también fue inventor, por lo cual puede decirse que continuó con el legado creativo de su progenitor. El primer invento comercialmente exitoso de Biro fue una máquina automática de lavar ropa que funcionaba con la energía producida por una cocina de uso casero, aparato que se hizo popular en los años treinta. Al mismo tiempo inventó la caja de cambios automática para automóviles, que vendió a General Motors en Berlín. La empresa automotriz la compró no para fabricarla sino para evitar que lo hiciera la competencia. En 1936, Biro creó el sistema electromagnético que décadas después fue utilizado en el tren bala japonés.
En 1938 llegaría el turno para su invento más preciado, que lo convertiría en uno de los inventores más renombrados a nivel mundial: el bolígrafo o birome. ¿Cómo surgió este elemento tan esencial para nuestra vida diaria? Mientras Biro escribía sus columnas para una revista húngara de vanguardia, utilizaba una lapicera fuente Pelikan que manchaba y no escribía cuando él quería. Así, desde la necesidad nació su invento. Biro se inspiró en el rodillo que se utilizaba para la impresión de los diarios y las revistas que tiraba tinta sin manchar, y adaptó ese método al tamaño de una mano. Entonces colocó una esfera pequeña en la punta de un tubo y en él puso tinta para que fluyera con la fuerza de la gravedad y cayera sobre el papel, secándose instantáneamente. Este sistema es el mismo que se sigue utilizando en la actualidad para los bolígrafos. Su hermano Gyorgy, que era químico, colaboró en la elaboración de una tinta especial necesaria para la eficacia del invento. Biro patentó un prototipo de bolígrafo en Hungría pero no llegó a comercializarlo allí.
Con posterioridad, un encuentro fortuito con el presidente argentino Agustín Pedro Justo en una playa de Yugoslavia le cambiaría la vida. Justo vio a Biro escribiendo con el bolígrafo y quedó maravillado por el invento. Entonces le ofreció al inventor la posibilidad de radicarse en Argentina y fabricar el bolígrafo en serie. Gracias a la gestión del primer mandatario, Biro obtuvo una visa. En ese momento no se decidió a establecerse en nuestro país pero sí lo hizo en 1940, cuando tenía 41 años, al comenzar la Segunda Guerra Mundial. Emigró junto con Juan Jorge Meyne, su socio y amigo de origen judío, como él, que lo ayudó a escapar de la persecución nazi. Tiempo después, su esposa Elsa, su hija Mariana y su hermano desembarcaron también en Buenos Aires. Todos se nacionalizaron argentinos.
En ese año Biro, su hermano y su socio formaron la compañía Biro-Meyne-Biro y en un garaje con 40 operarios y un bajo presupuesto se perfeccionó el invento, patentado el 10 de junio de 1943 en nuestro país. Lanzaron el producto al mercado bajo el nombre comercial de Birome (acrónimo con las sílabas iniciales de Biro y Meyne). Ambos se asociaron con un grupo de financistas argentinos que querían fabricar el bolígrafo en Buenos Aires. Cuando comenzó a promoverse, se la llamó lapicera esferográfica y se hacía hincapié en que siempre estaba cargada, secaba en el acto, permitía hacer copias con papel carbónico y su tinta era indeleble.
Como expresamos, la primera patente del bolígrafo se registró en Hungría en 1938 pero el gran desarrollo del invento se realizó en Argentina. La empresa citada se dedicó a fabricar una lapicera de calidad pero lo suficientemente barata para que la tuvieran todos. Biro no sólo desarrolló aquella idea del bolígrafo sino también sus mejoras, ya que aportó su creatividad para elevar la calidad de la tinta, el sistema retráctil de las lapiceras y las máquinas automáticas para fabricarlas. La sede de la primera fábrica de bolígrafos a nivel mundial funcionó en el barrio de Palermo, en Oro 3050, entre 1941 y 1948. Una placa alusiva colocada allí por la Legislatura porteña en 2018 nos lo recuerda.
La fama de la birome y su fabricación se extendió por todo el mundo. En 1953, con licencia del propio Biro, un señor llamado Marcel Bich introdujo el bolígrafo en el mercado de los Estados Unidos. Usando los diseños argentinos, achicó su nombre y generó la lapicera Bic, una de las marcas más renombradas del planeta. Asimismo, Biro vendió los derechos para que el bolígrafo se produjera en Europa.
Según cuenta la hija de Biro, el inventor estuvo experimentando más de seis años hasta lograr la versión definitiva de la birome, que no fue un éxito rotundo desde el inicio sino que debió transcurrir mucho tiempo para que así fuera. Los primeros bolígrafos eran caros porque se hacían a mano. A su vez, el problema fue que empezaron a venderse durante la guerra y faltaban bolillas porque había una sola fábrica en el mundo -SKF, en Suecia-, y durante la contienda bélica ésta hacía más balas que bolillas. Hasta que Birome pudo hacer sus propias bolillas, perfectamente esféricas para que no se colara la tinta, pasaron años.
Biro escribió un libro sobre el nacimiento del bolígrafo en el que expresaba: “El desarrollo del bolígrafo es el resultado de haber podido superar una larga lista de fracasos iniciales. Esos reveses nunca me desmoralizaron. Los tomé como un modo de conocer más a fondo cada problema y poder así acercarme a su solución”.
Emprendedor nato, la creatividad, la energía y la vitalidad de Biro parecían no tener fin. Su inteligencia y su esfuerzo por inventar objetos y dispositivos que nos facilitaran la vida cotidiana eran incansables. Las principales cualidades de sus inventos son la practicidad, la efectividad y la comodidad.
Además del bolígrafo y los otros inventos mencionados creó un perfumero usando el mismo principio que la birome, lo que posteriormente permitió la fabricación de los desodorantes a bolilla. También inventó la clásica boquilla para los fumadores, que disminuía la cantidad de nicotina que se aspiraba atenuándose con ello el efecto tóxico de los cigarrillos, así como un proceso continuo para la producción de resinas fenólicas, como la bakelita, un material resistente al calor y al agua que se utilizó para fabricar aparatos telefónicos, entre otros. Asimismo, ideó una cerradura inviolable, un modelo de pluma estilográfica, unas varillas que endurecen las columnas de cemento de un edificio y un termógrafo clínico en pulsera, un aparato que registra los cambios de temperatura utilizado en su momento en los hospitales.
Las inquietudes e intereses de Biro abarcaban varias áreas. Fue miembro de la Real Academia de Ciencias Naturales y también pintaba y esculpía, un pasatiempo que permaneció con él toda su vida. Solía decir: “Pintar e inventar no son polos opuestos de mi personalidad, al contrario, son complementarios, proviniendo de las mismas raíces. El proceso interno que me lleva a pintar un cuadro o a desarrollar un invento es el mismo, la misma inquietud, la misma excitación, la misma sensación de desafío para lograr algo”.
Según su punto de vista, “un inventor debe reunir varias condiciones: tener una gran fantasía, ser un excelente observador y naturalmente tener coraje y capacidad. Debe arriesgarse al fracaso ya que lo desconocido es incierto. Una cosa es real, un verdadero inventor ve las fallas como desafíos y debe conservar su imaginación personal como su propio incentivo”.
Biro estuvo activo hasta el final de sus días. Cuando falleció, el 24 de octubre de 1985, en Buenos Aires, a los 86 años, estaba trabajando en la Comisión de Energía Atómica en la separación de gases para agua pesada.
Su hija Mariana creó la Fundación Biro, una institución sin fines de lucro que tiene como objetivos permanentes formar y estimular actividades y proyectos relacionados con la inventiva y la educación. La fundación, surgida en 1999, año del centenario del nacimiento de su padre, se encuentra en el barrio de Colegiales, en Crámer 450, en la casa en la que residía el inventor con su familia.
Laura Brosio
FOTO: Ladislao Biro.