La toma de decisiones: emoción o razón
Por Cristina Gozzi
Siendo que la vida es acción, nos vemos en la obligación de decidir a cada rato. La forma de hacerlo varía de persona a persona. Si bien es un acto de la voluntad que tiene su riesgo, prolongar una indecisión puede paralizarnos hasta en la esfera laboral.
“Somos lo que hacemos. Lo que hacemos para cambiar lo que somos”, pregonaba el escritor uruguayo Osvaldo Soriano, en un alarde de la superación continua. Lo cierto es que hacemos lo que pensamos… y lo que sentimos; en síntesis: lo que decidimos. En qué proporción juegan la razón y la emoción en las decisiones que vamos tomando en la vida es un misterio que la ciencia va develando día a día.
Hasta no hace mucho tiempo, se suponía que para decidir, alcanzaba con la razón. Se valoraba el raciocinio, desprovisto de las emociones, acusadas de nublar la capacidad del juicio. Fue René Descartes (1596-1650), quien dio por supuesto que la razón estaba descargada de toda emotividad y desvió a la medicina de la visión orgánica de mente-en-el-cuerpo que se mantenía desde los tiempos del médico griego Hipócrates.
Mucho más tarde, el neurobiólogo portugués Antonio Damasio, reconocido en todo el mundo por sus investigaciones sobre la neurología de la vista, la memoria y el lenguaje, refutó al filósofo francés en sus libros El error de Descartes (1994) y Sentir lo que sucede (1999), ambos traducidos a varios idiomas. En la primera obra, Damasio expuso las teorías sobre las bases bioquímicas y neurales de las emociones y los sentimientos. Y sostuvo: “No es sólo la separación entre mente y cerebro la que es mítica; la separación entre mente y cuerpo es, probablemente, igual de ficticia. La mente forma parte del cuerpo tanto como del cerebro”. Así, el autor reconocía que el error de Descartes fue creer en un racionalismo “intocable”, en una “separación abismal entre cuerpo y mente”, que aislaba los sentimientos de la razón. Estaba convencido tanto de ese error como de que los sentimientos, lejos de perturbar, tienen una influencia positiva en las labores de la razón. “En términos anatómicos y funcionales, es posible que exista un hilo conductor que conecte razón con sentimientos y cuerpo”, afirmaba.
Claro que tampoco la relevancia de los sentimientos en la construcción de la racionalidad sugiere que ésta sea menos importante. Al contrario: Damasio pensaba que tomar conciencia del papel de los sentimientos nos da la oportunidad de subrayar sus efectos positivos y disminuir, al mismo tiempo, su potencialidad lesiva.
En nuestro país, el doctor Facundo Manes, neurólogo, director de INECO y del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro, hace rato que viene sosteniendo que la evidencia científica indica que decidimos, básicamente, con las emociones. Asimismo, asegura que las decisiones dependen de qué región cerebral emerja victoriosa de una batalla entre los centros emocionales y racionales. En una nota titulada En las decisiones, más emoción que razón, publicada en La Nación hace unos años, Manes relataba que psicólogos de la Universidad de Princeton (Nueva Jersey, EE.UU) analizaron cómo las personas habían tomado decisiones por las cuales perdieron dinero y descubrieron que las emociones podían anular el pensamiento lógico. “Provistos de una tecnología que permite ver la activación cerebral, comprobaron que mucha gente prefiere perder una suma de dinero antes que aceptar una cifra que consideran injusta”, afirmaba. Y agregaba que los investigadores t1 de ambién encontraron que cuanto más injusta era la oferta, mayor actividad se registraba en una zona llamada ínsula anterior, asociada con las emociones negativas; y que áreas cerebrales asociadas con la racionalidad también respondieron a las ofertas desleales. “Cuando estudiaron los promedios, encontraron que cuando los sujetos rechazaban las ofertas, la actividad del área de la emoción negativa superaba a la de la zona racional”, acotaba Manes. A su entender, dicho estudio demostraba que hay una respuesta emocional ante una decisión económica y que la toma de decisiones está influida por procesos que muchas veces no alcanzan la conciencia.
Por su parte, la licenciada en psicología Eva Corsini, afirma que en los casos de neurosis obsesiva, el conflicto psíquico produce un tipo de pensamiento caracterizado por la rumiación mental y la duda que puede llevar a inhibiciones del pensamiento, de las emociones y de la acción. “El conflicto bloquea las energías del sujeto, quien queda en una situación de indecisión entre dos polos, dos alternativas posibles”, agrega. Y sostiene que las personas que evitan tomar por sí mismas cualquier clase de decisión, tienen una inhibición en la esfera de la voluntad que repercute en la esfera laboral.
Como se intuye, con mayor o menor participación de la razón o de las emociones, lo importante es no vivir con la duda eterna y poder decidir. Al respecto, Corsini manifiesta: “La duda o el cuestionamiento puede ser la expresión de una crisis y de un deseo de cambio saludable”. Habiendo coordinado durante dos años el taller Me voy o me quedo del Programa de Salud Mental del Hospital Pirovano de Buenos Aires, destaca que en todos los casos en que alguien sienta que la indecisión, la duda o la inhibición lo paralizan, es beneficioso consultar a un terapeuta. En ese punto, Corsini coincide con el escritor Rad Bradbury, quien en su libro Zen en el arte de escribir, declara: “La deliberación es enemiga de todo arte, sea la actuación, la escritura, la pintura o la propia vida, que es el arte más grande”.