18 octubre, 2024
Sociedad

La amistad, una relación exigente, libre y frágil

Por Cristina Gozzi. (Para La Gaceta del Retiro)
Aprender a construir vínculos afectivos desde la niñez asegura un buen desarrollo emocional. Brindarnos a los amigos con confianza, imaginación y apertura mutua puede ser el secreto de las amistades perdurables.
La amistad es una relación afectiva que nace en alguna etapa de la vida. Se trata de un sentimiento muy especial, exaltado por los poetas y los filósofos de todos los tiempos. Concebida como un regalo de los dioses, como sinónimo de querer y rechazar lo mismo, como un ideal de actividad voluntaria y personal o como una complementariedad de intereses, la amistad es sinónimo de libertad. Para consolidarse, necesita un marco de confianza, empatía, fidelidad y respeto. Por eso y por el alto grado de autonomía que ha alcanzado el ser humano en la vida moderna, ya no siempre es para toda la vida. 
Más allá de los festejos del día del amigo, ¿por qué valoramos tanto la amistad? “Porque es la relación que está situada al margen de los vínculos biológicos. No está condicionada por lazos familiares ni tiene función pre-establecida. Por lo tanto, es un espacio social de libertad por excelencia”, afirma la licenciada en psicología Marcia Maluf. Y acota que por esa supervaloración, muchos han puesto a la amistad en un rol de equivalencia con lo terapéutico: “Como si quien tiene buenos amigos, no necesitara de un terapeuta para resolver sus problemas”, ejemplifica.
Según la entrevistada, la amistad está más allá del saber, del deseo y del poder. “No hay un dictamen de la herencia, ni de los dones de la vida, que nos ubique en el lugar de deudores por haber recibido con creces mucho más de lo que podemos dar. Lo que vincula a los amigos es la reciprocidad, el don de nosotros mismos como seres humanos”, resalta.
Por lo antedicho, Maluf sostiene que no habría que buscar amistad en las relaciones entre padres e hijos, las que están atravesadas por el deber y la responsabilidad que implica el haber dado y recibido la vida. “Tampoco habría que buscarla en las relaciones entre maestros y alumnos, ya que ellas están basadas por el ansia de saber y el mandato de la transmisión. Del mismo modo, no cabe buscarla en la relación entre los sexos”, acota. Recuerda que la sabiduría popular dice que “no puede haber amistad entre hombres y mujeres”. Y explica por qué: “Son relaciones en las que siempre está presente la persistente posibilidad del deseo. Y donde hay deber, saber y deseo, también puede abrirse camino el poder. Y el poder está en el camino inverso de la amistad”.
La entrevistada cree que la literatura universal ha idealizado la amistad. “Es uno de los conceptos más puros entre los imaginarios sobre las relaciones humanas. Es sobre todo, un ideal que depositamos en otro, del que esperamos identidad, semejanza y reciprocidad”, sostiene. Sin embargo, dado que la pasión no está al margen de ninguna relación humana, “puede hacer emerger nuestros vínculos más primarios y contaminar esa amistad”, señala.
A esta altura se ve en forma clara que la amistad tiene un equilibrio delicado. No es verdad, como tendemos a creer, que todo lo soporta. No es indestructible ni es para toda la vida. “Se trata –nada más y nada menos–, de una relación humana, no menos expuesta a los conflictos que cualquier otra. Como no la obliga ni el deber, ni el saber, ni el poder, es demasiado libre. Por lo tanto, es muy frágil y hay que cuidarla”, advierte Maluf.
Cómo construir vínculos amistosos
La psicóloga Marcia Maluf sostiene que se aprende a forjar amistades durante la infancia con la ayuda de nuestros padres. “Una de las funciones paternas es la de acompañar y ayudar a los niños a relacionarse con sus pares y conseguir transmitirles la importancia de las relaciones amistosas, que son la base del buen desarrollo emocional afectivo”, destaca. Es muy común que en los primeros años de vida, ciertos chicos, además de jugar con objetos reales, también lo hagan con seres imaginarios, amigos que inventan y hasta les ponen nombre. “Lo imaginario puede llegar a sustituir la realidad que no siempre es comprensible o aceptable para el niño. A través de los amigos imaginarios, esa realidad puede ser aprehendida, sostenida y a veces, hasta sustituida. Esos seres que imaginariamente lo escuchan, lo comprenden o simplemente lo acompañan,  lo ayudan en el proceso de relacionarse con el mundo”, asegura la entrevistada.
En general, a partir de los 5 ó 6 años, los niños han adquirido una estructura psíquica que les permite comenzar la socialización fuera del hogar y en un principio, en la escuela. “Más adelante, en la adolescencia, las relaciones se ven facilitadas por el despertar de los impulsos sexuales. En esa etapa, el hacer nuevos amigos forma parte de esa transformación del adolescente, que coincide con una apertura a los otros, y con cierto alejamiento de los padres como objetos de amor casi exclusivos”, sostiene Maluf. En la adultez,  la disposición cambia. “Ya se han configurado los vínculos más importantes, el de la familia, los hijos y los entornos laborales. Hacer amigos en la adultez tiene relación con una apertura de los lazos familiares. Por eso, vemos renacer nuevas formas de hacer y de valorar amigos –aunque no exclusivamente– entre las personas más libres, quienes se han separado, divorciado, o quienes ya han criado a los hijos y tienen más tiempo disponible”, concluye Maluf.