José Marchi
Por Josefina del Solar
El talentoso artista plástico argentino José Marchi es dueño de un estilo muy personal, con una obra figurativa que fascina particularmente por sus líneas, su atmósfera y su temátia. Fue distinguido en 2016 con el Premio María Calderón de la Barca, que se entrega como reconocimiento a la continuidad y excelencia de un artista. Lo que sigue es parte de un diálogo que mantuvimos con él en una visita a su estudio.
“Mi pintura parece como muy académica, pero en realidad en todo momento estoy tratando de deshacer lo que sé”.
Antes de comenzar la entrevista comentaba de su interés por la música. ¿Tuvo influencia eso en su obra pictórica?
– Sí, para mí la música ocupó siempre un lugar muy importante. Al punto que mi primera intención fue estudiar composición. Después derivé accidentalmente en bellas artes. Esencialmente la relación que encuentro entre lo sonoro y lo visual es que muchas veces, estructuras sonoras me muestran interiormente formas visuales. Y formas visuales me hacen explicitas determinadas formas sonoras. Hay una interrelación que no puedo explicar muy bien. Es simplemente que hay un aspecto de lo sonoro que a mí me aclara cierta estructura en lo visual, o me sugiere. Y a la inversa. El límite no es muy preciso. Más allá de que uno pretende que cada cuadro sea independiente y valga por sí mismo, a veces hay un momento en que en un determinado punto se integra y pide ser mostrado de una determinada manera, no como obra aislada; y muchas veces en ese punto de la secuencia o de la serie es que hay algo del sonido que permite completar eso que la imagen se resiste a mostrar.
A mí me parece que el dibujo tiene una presencia o una importancia muy grande en su pintura ¿Es así?
– Sí. En realidad yo empecé dibujando. Cuando fui a Bellas Artes yo no sabía nada de arte, mi pretensión era aprender a dibujar y a pintar, lo que no era una cosa que se enseñaba mucho cuando yo lo hice. Tuve una profesora que siempre recuerdo con mucho cariño que sí enseñaba cosas que en ese momento no estaban tan de moda, y que por eso era tomada como un poco anticuada porque enseñaba proporción, perspectiva, cosas que quizá eran un poco anacrónicas, pero a mí me encantaba porque no dejaba de ser una educación visual. Y cuando vi los dibujos de esta mujer que trabajaba en grafito, tenían un tratamiento de los tonos y las texturas que me fascinó, entonces yo dije: voy a ir a esto con el lápiz. Mis primeras exposiciones fueron de dibujo. Después apareció el tema de la pintura. Ahora, cada lenguaje tiene como su protocolo técnico. Esto si uno lo sigue al pie de la letra y se hace defensor de esas reglas, la obra muere. Pero si uno lo va transformando, es algo vivo. En ese sentido soy antiacadémico. Mi pintura parece muy académica pero en realidad es todo lo contrario, en todo momento estoy tratando de deshacer lo que sé. Técnicamente incluso, probando otras cosas.
Lo que se percibe en la visión de sus cuadros es una atmósfera, que parece situarnos en una época que no podemos precisar, es como atemporal.
– Hay algo de eso, sí. Tiene que ver con mis intereses estéticos, que van desde Bizancio, el arte gótico, el Renacimiento, y llegan hasta lo contemporáneo. Hay determinados cruces -a mí me gusta esa ambigüedad cuando aparece- que hacen que en primera instancia uno diga: ésta es una pintura del siglo XIX, y después uno se acerca y dice no. Es una dislocación del tiempo, de lo que sucede narrativamente y también de cómo está hecho.
El juego de luces y sombras ¿es también una preocupación?
– Sí, obviamente hay momentos y eso va cambiando. Pero en una primera etapa cuando yo hacía estas pinturas chiquitas, mis modelos eran personajes de fines del siglo XIX y principios del XX, tomados de fotografías anónimas. Yo tomaba un personaje porque me gustaba la luz, y en realidad esas fotos me estaban contando algo que no tenía un significado evidente o una narración clara, era como la imagen de un sueño. El proceso de la imaginación -en el sentido de hacer o componer una imagen- venía de esas fuentes. Y en la elección del material yo tenía que considerar que estos personajes estaban iluminados de una manera en la foto para conciliar personajes distintos. Parte de la preocupación compositiva pasaba por la luz, en el sentido de lo que pasaba en la fotografía con la luz.
Sus temáticas son variadas, y algo misteriosas a veces…
– Digamos que el ciclo que va primero son las exposiciones de dibujo. Después la serie de pinturas chiquitas con las fotografías, de la que estamos hablando. Luego empiezo a trabajar con fotografías de modelos vivos para una muestra que se llamaba Música Blanca, porque sentí que lo otro estaba agotado. Ahí tuve que cambiar: variar el tamaño, los materiales, los personajes. Después vino una serie en la que empecé a explorar obras icónicas de Occidente, como las de pintores flamencos. Fui reinterpretándolas en otras técnicas y con otras connotaciones. Fue un proceso iconoclástico pero ligado al significado que esas obras traían consigo. En ese contexto la imagen comenzó a hacerse cada vez más evanescente, a tal punto que visualmente se iba desmaterializando. Ahí empecé otra serie, en la que en vez de mezclar las fotografías o de componer mis imágenes copié las fotografías de un pintor norteamericano tratando de que el cuadro pareciera una fotografía antigua. E inventé como un negativo en el que hay un pequeño cambio en lo que sucede, lo que desestabiliza que sea una simple copia.
Volviendo a la serie de los chicos, tenía una constante que era un hilo que aparecía en todas las escenas ¿Qué significaba?
– Yo empiezo esa serie de pinturas después de un período en el que trabajo en publicidad. Y más allá de que económicamente era redituable, ahí me doy cuenta de que puedo pintar. Porque tenía como la impronta de Bellas Artes de que la pintura era no sé qué cosa.
Primero que nadie enseñaba la manera de pintar como yo quería pintar. Y segundo que era entrar a la clase y cada uno se arreglaba como podía. Yo pretendía pintar y dibujar bien, lo que no era lo correcto en esa época. De hecho tengo periodos en los que trataba de dibujar mal porque no había que dibujar bien. En publicidad en cambio hacía algo lo más perfecto posible (en el dibujo), me pagaban bien y me halagaban. Fue un periodo corto porque no era lo que yo quería hacer, pero lo recuerdo con gratitud porque me despertó esta cuestión, me animé a pintar lo que quería. Lo primero que vi fue una foto antigua, me fascinó y la copié. Fue instantáneo. Al punto que le dije a mi hermana que quería exponer. Ella lo conocía a Gutiérrez Zaldivar, lo fue a ver, le dijo mi hermano está pintando esto, y al día siguiente vino a mi casa. Ese cuadro era lo único que yo tenía entonces, pero ahí empezó esa serie. Cuando empecé a hacer esos personajes sacados de fotos antiguas, iba encontrando una manera de hacer. Que parecía antigua pero que técnicamente no tenía nada que ver con el siglo XIX, era acrílico, no era una técnica tradicional. Esos personajes que yo copiaba me parecía que quedaban solos, no los podía integrar. Y primero me aparecieron unas líneas para integrarlos. Esas líneas se fueron afinando y terminaron siendo hilos que conectaban y componían toda la situación. En ningún momento hubo una idea de “con el hilo quiero simbolizar no sé qué cosa”. Respondía a una necesidad plástica. Obviamente que debe tener más connotaciones, yo lo que cuento es qué me llevó a hacer eso. Después uno con el tiempo puede asignarle algún significado.
Y ahora ¿en que está trabajando?
Ahora es como si hubiera tenido que volver a esas pinturas de los´90, a los personajes. Como si hubiera quedado algo que desarrollar de eso con otra técnica, con otro lenguaje. “Sacrificio” es como un paréntesis (Nota: la muestra que realizó el año pasado, inspirada en la película de Andrei Tarkovski), o la muestra que se llama “La oscuridad de la luz” que se va a exponer en EE.UU. Después de ese paréntesis vuelvo a tomar esos personajes de las fotos antiguas. Y los compuse de otra manera. Había dejado suspendida la serie de las obras icónicas de Van Eyck, de Van der Weyden, de Rafael, y vuelvo ahora a esas obras, que por ahí son más extremas en el tratamiento, en cuanto a la propuesta plástica. Estoy en un momento bastante más experimental. Es como reflexionar sobre problemas plásticos, que ligados a una temática determinada, en este caso básicamente religiosa en sus orígenes, tienen unas conexiones muy interesantes. No se trata de tratar de restituir la técnica de los flamencos o el Renacimiento. Es simplemente volver a ver en la historia cosas que para mí vienen emanando sentidos.