Cuando la copia cotiza más que el original
Clonación de animales.
Por Guillermo Meliseo – (Agencia CTyS-UNLaM)
El 5 de julio de 1996 se produjo el nacimiento más esperado por la ciencia. Primero sacó la cabeza y luego las patas delanteras. Su creador, Ian Wilmut, un reservado embriólogo de 52 años, no recuerda dónde estaba cuando oyó que había nacido la oveja bautizada con el nombre de Dolly. Lo que sí recuerda es el despegue mundial que tuvo su carrera científica cuando presentó al mundo el primer mamífero clonado de la historia.
Si bien la oveja era similar a todas las demás que estaban en el establo de Roslin (Escocia), Dolly era especial. Su genética era distinta. No fue creada por medio de la unión entre un espermatozoide y un óvulo, sino a partir del material genético de la célula de una ubre de una oveja de seis años de edad. Al año siguiente, la imagen del ovino se convirtió en portada de la revista TIME. Su fama iba en ascenso, pero el encanto de los medios, de los biotecnólogos y del público duró poco.
Es que el campo que Dolly había inaugurado generó la apertura indiscriminada de cuestionamientos éticos, morales, científicos, religiosos y tecnológicos contra la clonación. ¿Se puede utilizar la ingeniería para evitar la muerte? ¿Es en su método, la forma más esclavizante de manipulación genética? ¿Qué pasaría si alguien se clonase a sí mismo? ¿Cómo se lo trataría a ese individuo? ¿Un clon tiene alma? Para apaciguar el escenario apocalíptico que el mamífero había provocado a meses de nacer, los gobiernos de varios países se vieron obligados a promulgar leyes y reglamentos para prohibir el uso de la clonación en humanos y limitar su aplicación.
“Hoy en día, el tema de la clonación está más calmado y la razón de ello es que se pudo entender mejor cómo se clona un animal a partir del avance de la tecnología. En relación a los humanos, han surgido formas alternativas de clonación como la producción de tejidos para curar personas o la producción de células madre. Eso hizo que afloje el interés mundial. Sin embargo, continúa el interés por clonar animales, como caballos o, lo más reciente, perros y gatos”, explicó el Dr. Daniel Salamone, director del Laboratorio de Biotecnología Animal e investigador principal del Instituto de Investigaciones en Producción Animal (INPA) del CONICET.
Argentina es uno de los principales países del mundo que cuenta con la capacidad de reproducir animales a través de la técnica de la clonación, como caballos, perros, vacas, cerdos, felinos, toros y terneros. En tal sentido, y dado que la tecnología ha avanzado mucho desde el nacimiento de Dolly, algunas empresas y laboratorios ofrecen la posibilidad de clonar mascotas o animales deportivos. Una suerte de “clonación exprés, del laboratorio a tu casa”.
Pero esta forma de concebir animales abre un nuevo abanico de interrogantes que invita a reflexionar sobre el impacto de la ciencia y la innovación en la interacción del hombre con su entorno: ¿Quiénes pueden tener acceso a un animal clonado? ¿Estas réplicas son idénticas a la original? ¿Por qué se busca llenar el vacío de la muerte con una copia diferida? ¿Cuál es el valor cultural que se tiene sobre la vida y la muerte? ¿Compañías momentáneas o animales eternos? ¿Es la clonación la puerta hacia la inmortalidad? ¿Clonación para todos?
Clonación para pocos
Del laboratorio de Salamone han renacido caballos, terneros y, el más reciente de todos, Anthony, el primer perro clonado del país. Pero su técnica no lleva la marca Industria Argentina, más bien coreana. Justamente, del otro lado del continente, el laboratorio de biotecnología Sooam Biotech se encarga de clonar animales domésticos, además de asesorar sobre cómo conservar el cuerpo del animal para preservar sus células. Según su sitio web, son especialistas en biotecnología, y, a pesar de que la copia no sea idéntica al original, aseguran una efectividad del 100 por ciento. Sin embargo, los servicios oscilan entre 50 mil y 100 mil dólares.
“Las empresas que hacen clonación de animales domésticos lo hacen a un costo tan alto que resulta muy poco deseable y accesible para todos. En especial con los caballos donde se han jugado partidos con equinos clonados y eso ha llamado mucho la atención. Pero en el en el caso de Corea, se continúa haciendo de forma notable. Hay quienes les resulta más atractivo tener un animal clonado que uno nuevo porque, en muchos casos, el animal tiene un rol muy importante en la familia”, opinó Salamone.
Pero, explicó: “Cuando uno está clonando un animal se tiene una suerte de mellizo diferido o mellizo gemelo, es decir, la misma genética pero diferida en el tiempo. Pero eso no garantiza que el comportamiento sea igual que el animal inicial. Sin embargo hay personas que quieren mucho a sus animales y se aventuran en esta iniciativa”.
En conmemoración de los 200 años de la independencia, la empresa argentina Bio Sidus en colaboración con la Facultad de Agronomía de la UBA, presentaron a BS Ñandubay Bicentenario, el primer caballo concebido de América Latina a partir de las células de la piel de un equino laureado de raza criolla. Desde entonces, la Argentina se ha posicionado como uno de los países con mayor producción de caballos, la mayoría utilizados en el polo.
El referente más notable en el campo de juego es el polista Adolfo Cambiaso, quien, además de competir con caballos clonados, también doma hijos de clones. Pero no lo hace solo. Recibe la ayuda de la empresa Crestview Genetics dedicada exclusivamente a producir copias de caballos. El valor por cada animal se estima en 100 mil dólares, cifra que hoy en día equivaldría a la compra de una vivienda.
“Un caballo de polo requiere de mucho tiempo de entrenamiento, y para que el animal sea más dócil y disciplinado se lo castra. El problema es que, al castrarlo, deja de tener descendencia y es por ello que se recurre a la clonación para tratar de conservar las mismas características físicas, la fuerza y la fisionomía del animal original”, detalló Marcelo Criscuolo, director ejecutivo de Bio Sidus.
“Sin embargo, -agregó- con este procedimiento se reproduce un ejemplar que fisonómicamente es igual pero no hay seguridad de que tenga las mismas características y el mismo comportamiento que el caballo original. Por ejemplo, existen casos policiales donde hay dos gemelos, uno es el bueno y el otro el malo. Esto demuestra que los genes no tienen nada que ver con la conducta de un individuo. Entonces, lo que se puede hacer con la clonación es reproducir características físicas, lo demás dependerá de su entorno”.
Edición de genes
Criscuolo habla de epigenética. Es decir, el estudio por el cual factores externos a los genes, como la alimentación, el yoga, la meditación o el consumo desmedido de sustancias nocivas, influyen en el genoma humano. Durante muchos años se pensó que en el ADN estaba toda la información necesaria para conocer la formación genética de un individuo. Sin embargo, con la llegada de Dolly, se demostró que no solo el ADN es importante sino que, además, dentro de él hay partes que se pueden leer y partes que no, como si una persona tuviese un libro y solo se detuviese a leer las frases que están subrayadas.
En ese sentido, la clonación también demostró que toda la información necesaria para copiar un animal está en cualquier célula del cuerpo y eso permitió la llegada de la medicina regenerativa y la incorporación de células madre a los estudios en biotecnología. Sin embargo, todavía se desconoce el papel fundamental que tienen la genética y el medio ambiente en el comportamiento de los animales.
“En el laboratorio, el principal objetivo es brindar soluciones a las necesidades que requiere la sociedad. Por ejemplo, por un lado, hemos trabajado en la clonación con la intención de producir medicamentos en leche u órganos de cerdos para xenotransplantes a humanos. Pero, por otro lado está lo individual, es decir, si alguien pierde una mascota muy querida se puede clonar, pero se piensa que el clon tendrá el mismo conocimiento que el animal fallecido, es probable que el comportamiento no dependa solo de la genética sino del ambiente, que influye definitivamente”, aseguró Salamone.
Otro de los campos de estudio que inauguró el ovino de Roslin fue el empleo de nuevas técnicas para manipular los genes. Más precisamente, la edición genética, utilizada en ingeniería genética para modificar animales y volverlos transgénicos. Un claro (y vivo) ejemplo es el de Rosita, la primera vaca bitransgénica del mundo, capaz de producir leche humanizada. Según recuerda Adrían Mutto, director del Grupo de Biotecnología de la Reproducción del IIB-UNSAM-CONICET “lo que hicimos fue modificar la célula de la vaca para agregarle dos genes humanos: la lactoferrina y la lisozima”. Para Mutto, el objetivo no es remplazar la lecha materna, sino “ofrecer una alternativa para aquellos lactantes que no cuentan con leche materna”.
Actualmente, Rosita goza de muy buena salud pero su destino (o por lo menos el que le confirieron sus creadores) no será posible de alcanzar. Más allá del avance tecnológico, la presión social recae sobre las patas de la vaca: es que su leche, al ser transgénica, no es aceptada por el público y las exigencias legislativas vigentes. Más allá de que los cereales y vegetales transgénicos también están entre nosotros desde hace mucho tiempo, los alimentos fuertes modificados geneticamente, como las carnes, están (por ahora) fuera de las góndolas.
El legado del futuro pasado
El 14 de febrero del 2003 falleció Dolly en el establo que la vio crecer. Fue sometida a una inyección letal para evitarle el sufrimiento que le provocaba una enfermedad pulmonar progresiva. Su cuerpo fue donado al Museo Nacional de Escocia, en Edimburgo, donde se exhibe al público. Como ocurrió con su nacimiento, un nuevo dilema surgió. Es que la comunidad científica internacional pensaba que la causa de su muerte estaba relacionada con su condición de clon.
En tal sentido, tras cumplirse 20 años de aquella proeza científica, la revista Nature Communication anunció, a través de un comunicado, que los cuatro clones de Dolly no presentan signos de enfermedades metabólicas, más bien mantienen una presión sanguínea estable y apenas han sufrido degeneración en las articulaciones. Sí, los descendientes de quien en su momento sembró la semilla del caos en la genética del pasado desarrollan su vida con total normalidad en el rebaño de la Universidad de Nottingham (Reino Unido).
A pesar de estar alejadas de las cámaras y del debate ético y moral, Debbie, Denise, Dianna y Daisy conservan en sus genes el legado del pasado. Por fuera son iguales que la original. Por dentro también. “El éxito en la clonación de un número cada vez mayor de especies confirma la impresión general de que es posible clonar cualquier especie, incluyendo los seres humanos”, aseguró en su momento Ian Wilmut. Quizás, en sus palabras, continúa la utopía de vivir para siempre. O, como diría Víctor Hugo, “lo malo de la inmortalidad es que hay que morir primero para alcanzarla”.
FOTO: Los descendientes de Dolly son iguales que la original.