El Centro Cultural Coreano funciona en un magnífico edificio en Retiro
El Centro Cultural Coreano en Argentina, que depende de la Embajada de la República de Corea, abrió sus puertas en 2006 en Palermo, con el objetivo de promover y difundir la cultura coreana en el país y estrechar los lazos entre ambas naciones. El inmueble donde se asentaba era alquilado. Con el tiempo el lugar fue quedando chico para todas las actividades, por lo que en 2016 se decidió que era el momento de mudarse a un espacio más grande. Después de recorrer cincuenta propiedades, se halló la ideal: el Palacio Bencich, una bella mansión de estilo francés ubicada en Maipú 972, a una cuadra de Plaza San Martín. En octubre de 2017 la Embajada de Corea adquirió el citado palacete por 6 millones de dólares y luego destinó otros tres millones para restaurarlo. Finalmente el Centro Cultural Coreano se reinauguró en su nueva sede de Retiro en noviembre pasado.
El edificio de 2000 metros cuadrados fue construido en 1914 a partir de un proyecto de los arquitectos argentinos Eduardo M. Lanús y Pablo Hary, inspirado en el petit hôtel particulier parisino, una tipología arquitectónica de la época. Así, la planta principal está organizada en torno al gran hall, rodeado de salones de distintas dimensiones. La mansión pasó de ser la residencia de la familia Hunter a convertirse en propiedad de los hermanos Miguel y Massimiliano Bencich, y más recientemente en un salón de eventos privados, hasta que lo adquirió la embajada coreana.
La puesta en valor fue realizada en tiempo récord: entre abril y noviembre de 2018. Se hizo todo a nuevo: el patio, la azotea, el frente, el cableado eléctrico, los techos, los baños. Implicó un trabajo intenso ya que el edificio se encontraba deteriorado. La obra estuvo a cargo del Estudio Baek y Asociados. El palacio está catalogado con “protección estructural” por la Dirección General de Interpretación Urbanística del Gobierno de la Ciudad, de modo que se construyeron paredes con criterio de reversibilidad para no alterar el diseño original. La estructura y ornamentación original se mantienen intactas detrás de los paneles de yeso. En todo momento el proyecto respetó las condiciones impuestas por el gobierno porteño. Los nuevos espacios que alberga la construcción fueron reacondicionados con mobiliarios, diseños y decoración realizados en Corea, lo cual da por resultado una interesante conjunción entre el estilo francés y la impronta del país asiático.
El nuevo Centro Cultural Coreano presenta cinco espacios para exposiciones permanentes, tres para muestras temporales, aulas, biblioteca, un escenario al aire libre y un moderno auditorio con capacidad para 72 personas, equipado con la última tecnología para la realización de proyecciones, ciclos de cine, conferencias.
Apenas ingresamos, percibimos que con esta nueva sede el centro cultural no sólo ganó en espacio sino también en calidad arquitectónica. Lo primero que llama la atención es el vitral que se encuentra en el techo, esplendoroso; recuperó su brillo de antaño. En la recepción una gran pantalla emite material procedente del país asiático.
Nos recibió amablemente el Director de Comunicación de la institución, Federico Poore, con quien recorrimos las diferentes salas que componen el complejo. En la planta baja se encuentran las muestras permanentes dedicadas al alfabeto, la industria cultural, la vivienda, la comida y la vestimenta coreanos. La primera sala nos entrega un curioso e interesante contraste entre la cultura moderna y la tradicional. En una pared observamos una pantalla gigante que exhibe continuamente videos de K-pop, género musical coreano que tiene adeptos a nivel mundial, mientras que en la otra nos encontramos con el alfabeto coreano llamado hangul. El hallyu es la ola coreana, es decir, aquellos productos culturales de exportación como el K-pop, las telenovelas, las películas, los programas de televisión, los videojuegos. En cuanto al alfabeto, basado en ideogramas, posee una excelencia científica reconocida alrededor del mundo, ya que sus 24 letras, inspiradas en los órganos vocales, permiten combinar un número casi infinito de palabras. Fue anunciado por primera vez en 1447 a instancias del Rey Sejong, quien constituyó una comisión de notables para que elaborara una lengua común que pudiera unificar al reino.
En la sala siguiente se aprecia una réplica de una vivienda tradicional (hanok). Observamos por un lado la habitación de las mujeres, y por el otro, la de los hombres, ya que vivían separados. Los hanok eran viviendas ecológicas creadas con elementos de la naturaleza como paja, madera y barro. Contaban con un sistema de calefacción llamado ondol. Vemos los almohadones apoyados en el piso, donde era costumbre sentarse. Los objetos presentes en las habitaciones nos permiten advertir las diferencias culturales entre la vida de los hombres y la de las mujeres. En la habitación femenina (gyubang) contemplamos el tocador, accesorios para la ropa, elementos de costura y envases de té para la visitas. Mientras que en la habitación masculina (sarangbang) –donde el hombre realizaba sus estudios y oficios- hay un pincel, tinta, papel, tintero. Se ven una cómoda, porcelanas y obras de arte que sumaban elegancia y reputación al lugar.

Otra sala está dedicada al mundo culinario coreano (hansik), su historia y las diferencias regionales. La comida es sana y equilibrada; se utilizan mucho el arroz, los vegetales, la soja. La costumbre es acompañar la comida principal con varios platos. Se aplica el método de hervido y fermentación. La comida saludable típica del país asiático es el kimchi, repollo fermentado con salsa de soja y ají. Pueden apreciarse los platos de porcelana y los envases de latón característicos. Deben destacarse las bonitas y delicadas esculturas de vidrio que representan las diferentes comidas.
En la última sala se puede contemplar la vestimenta tradicional coreana (hanbok). Los trajes están conformados por varias capas de manera que sean frescos en verano y calientes en invierno. Son artesanales, cosidos a mano por profesionales. Se caracterizan por la diversidad de colores y tonos. Se siguen utilizando en las festividades y eventos especiales. Frente a una pantalla, el visitante puede probarse los distintos atuendos de manera virtual, una nota de color divertida.

Al dirigirnos hacia las escaleras vemos las banderas de Argentina y Corea. En el primer piso nos encontramos con la sala dedicada a la artista coreana Kim Yun Shin, quien vive en nuestro país desde 1984 y es un emblema cultural de la comunidad coreana en Argentina. En 2008 abrió un museo con sus obras en el barrio de Flores. En sus cuadros –óleo sobre tela- se repite el motivo de plantas y árboles. Según afirma, el eje principal de su pintura es compartir la vida eterna. También apreciamos tres grandes esculturas muy atractivas y originales realizadas con troncos. En la sala contigua observamos una muestra temporal llamada “Mundos cruzados. Mujeres Argentinas por Corea”, que se extenderá hasta el 12 de julio. En esta exposición siete mujeres que viajaron al país asiático se inspiraron en la experiencia vivida allí para crear sus pinturas.
Además de las muestras, en el centro cultural se desarrollan cursos de idioma, ciclos de cine, conferencias, y talleres de cultura coreana que incluyen origami, danza tradicional, caligrafía y hallyu. El ciclo permanente de charlas denominado “Corea más cerca” tiene lugar una vez por mes y consiste en revelar diferentes aspectos de la cultura coreana.
El centro cultural abre de lunes a viernes de 9 a 18, con entrada libre y gratuita, los feriados y fines de semana permanece cerrado. Su director es el Agregado Cultural de la Embajada, Moonhaeng Cho. Los fondos para la manutención de la entidad provienen del Ministerio Nacional de Cultura, Deportes y Turismo de Corea.
Sin duda, la nueva sede este Centro Cultural contribuye a expandir la cultura coreana en nuestro país y a afianzar los vínculos entre ambas naciones, teniendo en cuenta la nutrida comunidad coreana que hay en Argentina, constituida por 25.000 personas, la mayoría radicada en la Ciudad de Buenos Aires y el conurbano.
Laura Brosio