Arte para Pensar. Giacometti, creación vital
Por Marcela Davidson
“Busco titubeando en el vacío atrapar el hilo blanco de lo maravilloso”.Así es la actividad interior de Alberto Giacometti. Transito por su declaración para pensar en su obra visual, entendiendo la manera en que ese hilo blanco fue recuperando cada maravillosa impresión que afectó su percepción. Cada creación está constituida de lo maravilloso que otros creadores generaron.
La creatividad es un proceso en el que los restos visuales que afectan al artista están latentes en algún pensamiento almacenado. Así cómo un sueño está compuesto por un relato simbólico constituido por distintas fuentes de la percepción, también una obra de arte visual tiene sus elementos recuperados de varios lenguajes artísticos provenientes de otros artistas. Remotos lenguajes inconexos de distintas obras. El hilo blanco de lo maravilloso aparece cuando en la actividad creadora de pronto se define la obra propia.
Giacometti se enfrenta con el vacío y sobre una estructura de madera construye cubriendo con arcilla sus esculturas del período que le sucede al surrealismo. Su actividad va dejando atrás la formación de esculturas surrealistas para ir en la búsqueda de esa representación humana del ser y la nada, parafraseando a Jean Paul Sartre.
La escultura emblemática de característica existencialista es “El hombre que camina”. Condensa el recuerdo de “Hombre Caminando” de August Rodin, las representaciones egipcias, y de la cultura etrusca “La Sombra de la Noche”. Los registros visuales pueden tener un origen separados por los siglos de diferencia. Cada registro visual de una obra de arte difiere no tan sólo en su momento histórico, también en su narrativa simbólica.
Alberto Giacometti tuvo una formación artística desde chico. Su padre era pintor. Cuando Alberto tiene 14 años descubre en una librería un libro con la obra de Rodin. Lo compra sin dudarlo y de ahí quedará afectado con la representación de “El hombre que camina”, figura indeleble en el imaginario. Sin embargo la escultura de Rodin estaba realizada al modo tradicional en el que el escultor parte de un bloque de material para devastar y hacer emerger al hombre.
Alberto Giacometti modela a este nuevo hombre filiforme, cuyas extremidades se alargan, potenciando el límite de delgadez. Logra transmitir una fantasmagórica fragilidad aunque a la vez los pies denotan una sólida determinación en su movimiento.
Las características robustas de inspiración grecorromana del hombre de Rodin contrasta con la creación de Giacometti, que acentúa la influencia estilizada y frágil de los etruscos. El hombre caminando encarna al propio Giacometti, que decía tener sus mejores ideas mientras caminaba.
El hombre que a pesar de la adversidad de su existencia es impulsado a perseverar en el ser como fuerza vital, mantiene sus pies enraizados al suelo como signo de firmeza, y es impulsado a caminar sin detener su decisión. La noción de conservación vence la esquelética presencia.
Ver al ser humano encarnado en la escultura de Giacometti es percibir la creación vital sin sucumbir al vacío de la propia finitud.
ILUSTRACION: A. Giacometti: El hombre que camina