Benito Lynch, el escritor argentino que retrató con maestría la vida rural
El 23 de diciembre se cumplen 73 años del fallecimiento de Benito Lynch, notable escritor
de literatura gauchesca, perteneciente al movimiento nacionalista argentino. Autor de obras
reconocidas como El inglés de los güesos y Los caranchos de la Florida, sus escritos se
ubican entre fines del siglo XIX y principios del XX, en los cuales relata la vida interior y
las costumbres de la estancia y sus habitantes. Indudablemente, Lynch era un cabal
observador de la vida rural. El gaucho es el personaje central de sus obras, y la llanura, el
escenario principal. En una entrevista en Caras y Caretas en 1925 Lynch señalaba: “Elegí el
gaucho como el personaje esencial de mis obras porque ya es un tipo hecho, completo. El
hombre de la ciudad es todavía transitorio”.
Lynch nació en Buenos Aires el 25 de julio de 1880. Segundo hijo de Benito Lynch y Juana
Beaulieu, provenía de una acaudalada familia irlandesa que tenía la estancia El Deseado en
el partido de Bolívar, donde vivió hasta los diez años. Su padre había sido legislador
provincial, director del Zoológico e intendente de La Plata. En 1890 el escritor se radicó
con su familia en la capital bonaerense.
Las vivencias experimentadas en el campo lo marcaron profundamente. En sus años en
Bolívar le gustaba juntarse con los peones en la cocina a escuchar sus historias y aprender
sus modismos. Cursó la secundaria en el Colegio Nacional. En tanto, en el club Regatas
practicó remo. Se ejercitó en boxeo y esgrima en el club Gimnasia, le gustaba mucho el
fútbol y llegó a ser puntero derecho del equipo de esa institución, de la que, andando los
años, también sería dirigente. En 1902 ingresó como cronista social al diario El Día, de La
Plata, en el cual su padre tenía acciones. También escribió para el diario La Nación y las
revistas Caras y Caretas, y Plus Ultra.
El escritor Manuel Gálvez hizo la siguiente descripción de Lynch: “Benito era alto, flaco,
todo huesos y ángulos. Rostro largo y con alguna arruga, nariz corva, facciones finas,
expresión viva. Buen mozo. Tipo muy viril. Ojos grandes, de mirada cordial y un tanto
pícara. Tenía en su figura algo de quijotesco: luengos brazos, aire de hidalgo, cuerpo
erguido, rostro enjuto. Me recibió muy sonriente y con los brazos abiertos. No era, sin
embargo, expansivo: en esto, como en todo, tenía el sentido de la medida”.
Los caranchos de la Florida (1916) –libro que escribió en tres meses y tuvo guardado
durante cuatro años– que publicó cuando tenía 36; y El inglés de los güesos (1922) en el
cual critica la civilización urbana, lo consagraron como novelista. Ambas obras serían
llevadas al cine, al teatro y a la televisión. Pero su libro más celebrado fue una recopilación
de cuentos, De los campos porteños (1931).
Otras obras de su autoría son: Plata dorada (1909), Raquela (1918), La evasión (1922), Las
mal calladas (1923), El potrillo roano (1924), El antojo de la patrona (1925), Palo verde
(1925), El romance de un gaucho (1930) y Pollos y mirasoles (1936).
La escritora María Rosa Lojo, quien califica a El inglés de los güesos como una novela
“hermosa”, remarca que los protagonistas de la misma “no pueden ser, aparentemente, más
incompatibles: por un lado Mr. James Gray, todavía joven pero ya destacado científico
inglés que llega a una estancia de la pampa argentina para realizar excavaciones
(desenterrar “güesos”), y por otro, Balbina, la “Negra”, hija de un puestero de la estancia:
hermosa adolescente que primero se burla de las peculiaridades del inglés, para luego
enamorarse de él sin remedio. Todo los aparta: la madurez, la educación, el idioma, las
costumbres, las creencias, los valores, pero la atracción entre ambos es mayor aún”. En esta
novela el propósito central de Lynch fue retratar el choque de culturas, una constante en su
obra.
En tanto, en Los Caranchos de la Florida culmina en drama el conflicto entre dos
generaciones: la de don Pancho, el dueño de la estancia, y su hijo. Ambos viven en el
ámbito brutal de una llanura aún primitiva. Don Pancho es señor feudal de sus tierras, que
tiene relaciones casi serviles con sus peones y subordinados. Padre e hijo se enfrentan por
la joven hija de un puestero.
Como puntualizamos, algunas de sus obras literarias fueron llevadas a la pantalla grande:
en 1938 Los caranchos de La Florida, con la dirección de Alberto de Zavalía y las
actuaciones de José Gola y Amelia Bence; en 1940 El inglés de los güesos, dirigida por
Carlos Christensen y con las actuaciones de Arturo García Buhr y Anita Jordán; y en 1961
El romance de un gaucho con Walter Vidarte y Lydia Lamaison, la dirección de Rubén W.
Cavallotti y el guion de Ulyses Petit de Murat.
Lynch se retiró de la vida pública y la escritura en 1936. Casi sordo y con la vista
disminuida, decidió desaparecer del mundo y encerrarse en la casona familiar de Diagonal
77 entre 8 y 43, donde tenía un estanque y un pequeño zoológico en el jardín: un carpincho,
dos teros, conejos, una mulita, un yacaré, un cuervo. Arreglaba sus asuntos por
correspondencia. Sus únicas compañías eran una empleada doméstica, un sobrino que lo
visitaba y los animales. Los intentos de sus amigos para sacarlo del aislamiento fueron en
vano. Vivía de sus recuerdos, rumiaba el pasado. Existía un aura de leyenda en torno a su
figura. Ese rictus sombrío del escritor despertaba mucho misterio, al cual nadie podía
acceder. Algunos lo atribuían a un amor frustrado, al suicidio de su hermano, ocurrido en
1935, y a la muerte de su madre dos años después.
Por las mañanas tomaba mate amargo, leía El Día y luego revisaba el correo. En tanto, por
las tardes se permitía algunos gustos: cada tanto salía a tomar un café con amigos o ex
compañeros de la redacción de El Día, iba al cine, a leer al Jockey Club o recibía a algún
escritor joven que le pedía consejo. A veces se encontraba con una muchacha en el
departamento de arriba del Café Tortoni, cuando iba a la Capital. No sólo no publicó más
sino que no concedía entrevistas y prohibió que se reeditara su obra. Asimismo, se
mantenía alejado de las sociedades literarias. Era indiferente a los premios y al dinero: se
negaba a cobrar derechos por la traducción de sus libros.
Rechazó recibir en persona el “Doctorado Honoris Causa”, otorgado por la Universidad de
La Plata. Tampoco asistió a los rodajes ni al estreno de Los caranchos de la Florida y El
inglés de los güesos. Sin embargo, posteriormente viajó a Buenos Aires a ver dichas
películas, pasando totalmente inadvertido. Las invitaciones de presentaciones de libros
terminaban sin abrir en un cesto de su escritorio. “No era soberbia ni altanería, al contrario.
Era querer estar solo, tan simple y transparente como eso”, opina el escritor argentino
Gabriel Bañez. La excepción la constituían sus charlas con el escritor Héctor Tizón cuando
este último estudiaba Derecho en La Plata. Se sentaban en el patio interno de la casona de
Lynch, en sillas de mimbre. Eran visitas breves porque Don Benito ya estaba muy viejo y
escuchaba poco.
En 1948 un tranvía lo atropelló; no había escuchado las campanas de advertencia del
motorman, ya que no tenía puestos los audífonos, nunca los usaba en público, los
consideraba “indignos”. Producto del accidente, sufrió una conmoción cerebral pero
afortunadamente en unos días se recuperó. A partir de ese momento, sus escasas salidas se
espaciaron aún más. Mientras tanto se dedicaba a releer los clásicos y escribir una novela
secreta –Patricia- a la cual nunca nadie pudo acceder.
Tres años después fue internado, aquejado de cáncer de estómago. Benito Lynch falleció en
La Plata el 23 de diciembre de 1951, a los 71 años. Murió tan anónimamente como había
vivido en los últimos años. En algunos medios porteños aludieron a la luctuosa noticia con
un pequeño recuadro. Según Gabriel Bañez, se había ido el más grande novelista de La
Plata. Muchos de sus cuentos aún permanecen sin ser recogidos en libros.
Una escuela platense fue bautizada en su honor al igual que la plazoleta que se encuentra
enfrente de su antigua casona, ya demolida.
Laura Brosio
FOTO: Benito Lynch