Luis Federico Leloir, excelencia y pasión por la ciencia
El 6 de septiembre se cumplieron 117 años del nacimiento de uno de los científicos más eminentes de la historia argentina, Luis Federico Leloir, ganador del Premio Nobel de Química en 1970, el primer iberoamericano en recibirlo.
Leloir nació en 1906 en París -en una vieja casa de la Avenida Víctor Hugo- ya que su familia se encontraba circunstancialmente allí por una intervención quirúrgica que debía realizarse su padre, quien poco tiempo después falleció; el pequeño Luis nunca llegó a conocerlo. Desde los dos años el científico vivió en nuestro país. Posteriormente adoptó la ciudadanía argentina.
Desde muy chico se interesó por la naturaleza, a la que tenía fácil acceso puesto que su familia poseía grandes extensiones de campo y se dedicaba a actividades agropecuarias. Con apenas cuatro años, Leloir aprendió a leer solo, ayudado por los diarios que compraban sus familiares para estar al tanto de las cuestiones rurales. Ya de más grande, sus lecturas siempre apuntaban a temas relacionados con las ciencias naturales y biológicas.
Terminados los estudios primarios y secundarios, se inscribió en la Universidad de Buenos Aires, graduándose en Medicina en 1932, a los 26 años. Inició su actividad como residente en el Hospital de Clínicas José de San Martín y como médico interno en el Hospital Ramos Mejía. Finalmente, decidió dedicarse a la investigación de laboratorio.
Conociendo bien los trabajos de Bernardo Houssay, Leloir resolvió incorporarse al Instituto de Fisiología que Houssay dirigía y que funcionaba en el viejo edificio de la Facultad de Medicina. Allí comenzó a desarrollar su tesis de doctorado -supervisada por Houssay- que trató sobre las glándulas suprarrenales en el metabolismo de los hidratos de carbono. Su tesis, completada en sólo dos años, recibió el premio de la facultad al mejor trabajo doctoral en 1934.
Con posterioridad se trasladó al Reino Unido, donde durante un año colaboró con el Premio Nobel Frederick Hopkins en el laboratorio de bioquímica de la Universidad de Cambridge. En 1941, paralelamente a sus investigaciones, Leloir comenzó su carrera de profesorado de Fisiología en la cátedra de Houssay, pero la abandonó en 1943, cuando su maestro fue destituido por haber firmado junto a otros profesores un manifiesto en el que pedían el restablecimiento de la democracia.
En ese momento, decidió exiliarse y viajó a Estados Unidos, donde trabajó dos años en el laboratorio de Carl Cori y Gerty Cori en la Universidad de Washington y, más tarde, en el Colegio de Médicos y Cirujanos de la Universidad de Columbia. Antes de partir al exilio, se había casado con Amelia Zuberbühler, con quien tuvo cuatro hijos.
Cuando regresó a la Argentina, volvió a trabajar con su mentor y amigo Houssay en el Instituto de Biología y Medicina Experimental. Años después, Houssay le propuso a Leloir ser director de otro organismo: el Instituto de Investigaciones Bioquímicas-Fundación Campomar (hoy, Fundación Instituto Leloir), creado el 7 de noviembre 1947, por iniciativa del empresario textil Jaime Campomar. Leloir lo dirigió durante cuarenta años y, allí, a pesar de la falta de financiamiento y equipamiento de laboratorio, inició uno de los capítulos más importantes no sólo para su propia producción científica, sino también para toda la ciencia argentina, el cual culminaría con la obtención del Premio Nobel de Química en 1970.
El Jurado de Química de la Academia Sueca de Ciencias decidió premiar a Luis Federico Leloir con la máxima distinción por sus investigaciones que permitieron aclarar cómo se metabolizan los azúcares en el organismo y el mecanismo de biosíntesis del glucógeno y del almidón, polisacáridos de reserva energética de los mamíferos y las plantas. Leloir descubrió el camino bioquímico a través del cual el organismo aprovecha la energía de los azúcares para poder vivir. Este hallazgo permitió comprender las causas de muchas enfermedades como la galactosemia, una patología congénita que se caracteriza por la incapacidad que tiene el organismo para metabolizar galactosa (un azúcar simple presente en la leche). Su acumulación provoca daños en el hígado, los riñones y el sistema nervioso central, por lo cual si esa condición no es detectada en forma temprana, puede ser fatal. Las transformaciones bioquímicas de la lactosa en sus propios componentes son conocidas en el mundo científico como la Ruta de Leloir. El científico donó los ochenta mil dólares del premio a la Fundación Campomar para continuar su labor de investigación.
Desde 1947 hasta 1982 ejerció la docencia tanto en institutos públicos como privados. A partir de 1962 dirigió el Departamento de Bioquímica de la Universidad de Buenos Aires. Entre 1962 y 1965 fue jefe del Departamento de Química Biológica de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, y en los años siguientes formó parte del directorio del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).
Leloir fue un líder silencioso signado por la ética profesional, que dedicó su vida a su gran pasión: la ciencia. Según la Academia Nacional de Medicina de Buenos Aires, “Luis Federico Leloir -como su maestro, el también Premio Nobel Bernardo A. Houssay- hizo del trabajo disciplinado y constante una rutina y sus admirables logros no lo apartaron de la sencillez, su otra costumbre. Pocos años antes de su muerte Leloir pudo inaugurar, frente al Parque Centenario, un nuevo edificio para el Instituto de Investigaciones Bioquímicas, que se veía desbordado por la gran cantidad de estudiantes, becarios e investigadores que querían trabajar”.
Por su parte, el CONICET también tiene palabras elogiosas hacia el científico: “Leloir consideraba la búsqueda de la verdad como el fin supremo de la ciencia, y se abocaba a ella con pasión y honestidad. Seguía una metodología rigurosa que comprendía el logro de buenas ideas gracias a un período previo de pensamiento casi obsesivo, la discusión de los problemas de investigación y los resultados de los experimentos con sus colegas, discípulos y becarios, y la lectura diaria de trabajos científicos seleccionados”.
Su tenacidad y excelencia lo han hecho acreedor a Leloir de incontables distinciones: Premio Fundación Bunge y Born (1965), Premio Louise Gross Horwitz, Universidad de Columbia (1967), Premio Benito Juárez (otorgado por el gobierno de México, 1968), Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional de Córdoba (1968), Legión de Honor (concedida por el gobierno francés, 1982), Premio Konex de Brillante a la Ciencia y Tecnología (1983) y Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires (1984), entre otras.
“Casi han transcurrido 40 años desde que comencé a investigar. Fueron años de trabajo bastante duro pero con momentos agradables. La investigación posee muchos aspectos que la transforman en una aventura atractiva. Hay también aspectos humanos dignos de mencionar. Algunos de los períodos más placenteros de mi carrera fueron aquellos en los cuales trabajé con personas inteligentes y entusiastas, con buen sentido del humor. La discusión de los problemas de investigación con ellas fue siempre una experiencia muy estimulante. La parte menos agradable de la investigación, el trabajo de rutina que acompaña a la mayoría de los experimentos, está compensada por los aspectos interesantes, que incluyen conocer y a veces ganar la amistad de personas intelectualmente superiores, provenientes de diferentes partes del mundo. El balance es claramente positivo”, declaró en una oportunidad.
Leloir falleció en Buenos Aires el 2 de diciembre de 1987, a los 81 años, tras un ataque al corazón poco después de llegar del laboratorio a su casa. Sus restos descansan en el Cementerio de la Recoleta.
Hoy, a más de un siglo de su nacimiento, sus logros y valores éticos siguen siendo un ejemplo para el mundo, y un orgullo no sólo para distintas generaciones de químicos e
investigadores de todas las disciplinas científicas del país, sino para todos los argentinos.
Laura Brosio