Manuel Belgrano: su pensamiento económico
Por Josefina del Solar
En esta serie de apuntes que estamos realizando para La Gaceta del Retiro en el marco del Año dedicado a nuestro prócer Manuel Belgrano, nos hemos referido con anterioridad a su formación intelectual, y a la importancia que ésta tuvo en el desarrollo de un ideario que este hombre extraordinario de la historia argentina buscó concretar en las distintas etapas de su trayectoria, esencial en el nacimiento de un nuevo país.
Recordamos algo sobre esto: en la elaboración de ese conjunto de ideas tuvo mucho que ver su viaje de estudios a España hacia fines del siglo dieciocho, período de grandes cambios político-sociales en Europa, en el que también se puso en contacto con trabajos de autores importantes de la época que incidieron en esas ideas.
Queremos considerar ahora un aspecto de su pensamiento, que Belgrano desarrolló en numerosos artículos; y es lo vinculado a la economía, algo que difundió ampliamente a su vuelta al país. En este campo, desde mediados del siglo dieciocho las ideas en boga eran las de la fisiocracia, que atribuía a la agricultura ser el sustento de la economía y la base del orden social, y que requería de libertad para su comercio. François Quesnay está considerado el padre de la escuela fisiocrática, y es uno de los autores de los que Belgrano se nutrió, incluso lo tradujo. También fue un estudioso de Adam Smith, quien sistematizó y expuso los estudios económicos de manera científica. Todo eso más su propia experiencia personal se verán expresados más adelante en los escritos económicos de Belgrano, integrados principalmente por las Memorias del Consulado, del que fue secretario, o por los artículos publicados en los primeros periódicos editados en Buenos Aires, como el Telégrafo Mercantil, y el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio; pero no menos en el Correo de Comercio de Buenos Aires, publicación que dirigió desde que comenzó a aparecer en febrero de 1810, y que se editó por poco más de un año.
Las memorias del Consulado que debía elaborar anualmente fueron un espacio importante para que el prócer expusiera su pensamiento económico y social. Ya en la que expuso en la sesión de julio de 1796 ante su junta de gobierno comienza diciendo: “Señores: Fomentar la agricultura, animar la industria y proteger el comercio, son los tres importantes objetos que deben ocupar la atención y cuidado de VV.SS.”. Para agregar más adelante: “La agricultura es el verdadero destino del hombre. (…) Todo depende y resulta del cultivo de las tierras; sin él no hay materias primeras para las artes (Nota: término aquí utilizado por Belgrano en el sentido de lo producido, de la producción en un sentido amplio), por consiguiente, la industria no tiene cómo ejercitarse, no pueden proporcionar materias para que el comercio se ejecute. (…) Es pues forzoso atender primeramente a la agricultura como que es el manantial de los verdaderos bienes, de las riquezas que tienen un precio real, y que son independientes de la opinión darle todo el fomento de que sea susceptible y hacerlo que prospere en todas las provincias que sean capaces de alguno de sus ramos, pues toda prosperidad que no esté fundada en la agricultura es precaria; toda riqueza que no tiene su origen en el suelo es incierta…” Ahora bien, no considera nuestro prócer que la agricultura deba ser una actividad puramente empírica, sino que debería estar ligada para su desarrollo a los conocimientos específicos, que considera en continuo avance: “Se ha escrito sobre los medios de fomentar la agricultura y hacer que prospere, por antiguos y modernos; y en ningún siglo más que en el nuestro, se han puesto en Europa tantas academias y sociedades”. Claro que ve que eso no ocurre en nuestro suelo: “Una de las causas a que atribuyo el poco producto de las tierras y por consiguiente, el ningún adelantamiento del labrador, es porque no se mira a la agricultura como un arte que tenga necesidad de estudio, de reflexiones, y de regla. (…) Ahora, pues, si la riqueza de todos los hombres tienen su origen en la de los hombres del campo, y si el aumento general de los bienes de la tierra hace a todos más ricos, es de interés del que quiere proporcionar la felicidad del país, que los misterios que lo facilitan se manifiesten a todas las gentes ocupadas en el cultivo de las tierras…” ¿Y de qué modo manifestar estos misterios y corregir la ignorancia? Estableciendo una escuela de agricultura, donde a los jóvenes labradores se les hiciese conocer los principios generales de la vegetación y desenvoltura de las siembras, donde se les enseñase a distinguir cada especie de tierra por sus producciones naturales, y el cultivo conveniente a cada una…”, y sigue así enumerando los conocimientos que debería adquirir el agricultor, abundando en las formas en que debería organizarse ese conocimiento. Puntualiza además cómo la producción de materias primas, organizada de tal manera serviría para dar trabajo a la población.
En otra de las Memorias señala las ventajas de la producción del lino y del cáñamo: “Bastaría tener una corta noticia de los usos a que se aplican estas dos materias primeras, y de su beneficio hasta ponerlas en pasta para reducir las utilidades que podían atraer al país donde se cultivan”, detallando a continuación las características que debía tener esa producción, cuáles serían los usos y beneficios, vinculándolos además a la posible existencia de fábricas y al desarrollo del comercio.
Los escritos económicos de Manuel Belgrano son numerosos y de gran interés para el conocimiento de sus intereses y su pensamiento. Mucho más todavía se explaya en los artículos, sobre todo en los publicados en el Correo de Comercio, en los que además de lo referido a la agricultura manifiesta su conocimiento e interés en temas como las manufacturas, la navegación, la circulación del dinero, el cambio, y hasta lo referido a los seguros y el crédito. Hasta que las urgencias de la patria naciente lo convocaron para otras misiones, sobre las que también nos hemos ido refiriendo en estas notas.
Foto de arriba:
- Manuscrito de Belgrano de la Memoria del consulado (1796).