26 noviembre, 2024
Historia

Manuel Belgrano y el Consulado

Por Josefina del Solar

Continuando con la serie de notas referidas a Manuel Belgrano en este año 2020 que le fue dedicado oficialmente, lo recordaremos en su labor como secretario del Real Consulado. 

En nuestra nota anterior señalábamos que con apenas 16 años, en 1786 Belgrano fue enviado por su padre a España a realizar sus estudios universitarios, que cursó en Salamanca, Valladolid y Madrid, recibiéndose de abogado. Y que esa estadía en la España borbónica de fines del siglo XVIII  lo puso en contacto con las ideas políticas y económicas en boga por entonces, e incluso con las realidades nuevas surgidas de la Revolución Francesa, lo que iba a tener una gran incidencia en sus afanes posteriores, al regresar a su patria.

La presencia de la dinastía Borbón en el trono español significó cambios importantes en Hispanoamérica. Para nuestro territorio, por ejemplo, que dependía hasta entonces del Virreinato del Perú, una medida sustancial fue la creación en 1776 del Virreinato del Río de la Plata con capital en Buenos Aires. Esta ciudad, que era una humilde capital del Imperio Español en América, pasa a tener un protagonismo diferente dado principalmente por su puerto, que tendría un valor estratégico. Se hace necesaria entonces una entidad para atender el comercio, y es así que, por disposición del rey Carlos IV, se decide la creación del Real Consulado de Buenos Aires en el que Manuel Belgrano, que todavía se encontraba en España, es designado secretario. Así lo consigna él mismo en su Autobiografía: “Al concluir mi carrera por los años de 1793, las ideas de economía política cundían en España con furor, y creo que a esto se debía que me colocaran en la secretaría del Consulado en Buenos Aires (…) sin que hubiese hecho la más mínima gestión para ello”.

El Consulado era una entidad que tenía una doble función: por una parte era un tribunal de justicia para asuntos del comercio, y a la vez debía promover el desarrollo económico a través del estímulo de la agricultura, la industria y el comercio. Dependía directamente de la Corona española, fue creado en enero de 1794 y comenzó a funcionar en Buenos Aires en junio de ese año. Para su instalación se alquiló una casa propiedad de don Vicente de Azcuénaga, situada en la esquina de las actuales Reconquista y Bartolomé Mitre. Tiempo después, seguramente por las necesidades surgidas de las tareas en la importante dependencia pública, el Cabildo inicia tratativas para comprar una propiedad que sirviera a tal fin. La elegida será una amplia casa que era de don Benito Olazábal, quien la vende en una suma que seguramente era importante para esos años: 35.000 pesos. Estaba situada cercana a la Catedral, en lo que es hoy la calle San Martín al 100, y allí va a funcionar el Consulado desde 1805. En ese solar se levanta actualmente la Casa Central del Banco de la Provincia de Buenos Aires, y fue declarado lugar histórico por haber alojado al Consulado pero también a otras instituciones fundantes de la Argentina, como la Asamblea del Año XIII por ejemplo. En su fachada hay una placa que recuerda estos acontecimientos históricos.

La Casa Central del Banco de la Provincia de Buenos Aires, que ocupa el solar histórico en el que funcionó el Consulado.

Belgrano, al ser nombrado secretario del Consulado de Buenos Aires se entusiasma con dicha tarea, ya que ve en ella la oportunidad de acercar a su patria  las ideas que se daban en esos años, alentando la libertad de comercio y fomentando  actividades que  el futuro prócer estimaba como un progreso para este territorio, que se encontraba aún bajo el dominio español. Pero además de su nombramiento como Secretario, también se le encomendó que señalara a otras personas que pudieran estar en condiciones de conformar “corporaciones de esa clase” para otros lugares de la América Hispana. Así lo consigna él mismo: “…el oficial de secretaría que manejaba estos asuntos aun me pidió que le indicase individuos que tuvieran estos conocimientos, para emplearlos en las demás corporaciones de esa clase, que se erigirían en diferentes plazas de comercio en América”. Señala además lo que fue su entusiasmo al encarar esta tarea: “Cuando supe que tales cuerpos en sus juntas, no tenían otro objeto que suplir a las sociedades económicas, tratando de agricultura, industria y comercio, se abrió un vasto campo a mi imaginación. (…) Tanto me aluciné y me llené de visiones favorables a la América, cuando fui encargado de la secretaría, de que en mis memorias describiese las provincias, a fin de que sabiendo su estado, pudiesen tomar providencias acertadas para su felicidad”. Hace referencia Belgrano a las memorias que debía elevar periódicamente, y que se constituyeron en una expresión cabal de sus ideas, promoviendo la libertad de comercio y también fomentando la producción agrícola. Valga de ejemplo la memoria del 15 de julio de 1796, que ya en su título señala: “Medios generales de fomentar la Agricultura, animar la Industria y proteger el Comercio de un país agricultor.  Memoria que leyó el Licenciado don Manuel Belgrano, abogado de los Reales Consejos y Secretario por su Majestad del Real Consulado de esta Capital”.

Propicia en otros de sus escritos la necesidad de ampliar la producción del país a otros rubros que no fueran sólo los cueros, como por ejemplo el lino y el cáñamo, explicando además cómo debía hacerse; también alguna industria como la textil o la de ladrillos para la construcción; sugiere que los hacendados y comerciantes debían participar en forma rotativa de los cargos que decidían estas cuestiones económicas, e incluso que se difundieran todas estas necesidades que él veía y bregaba por hacerlas realidad. Esta fue una lucha de Belgrano, que al ejercer su cargo en el Consulado se encuentra con una realidad poco propicia a las ideas que impulsaba, ya que era muy difícil romper con el monopolio comercial que detentaba la Metrópoli y que tenía localmente sus copartícipes.

Otras cuestiones también lo ocupan en esos años, sobre las cuales nos referiremos posteriormente.

Belgrano hace una pausa en su cargo en el Consulado a raíz de las Invasiones Inglesas, y luego lo retoma hasta que en 1810 lo veremos y como figura esencial de la Revolución de Mayo.

FOTO de arriba:

  • El antiguo edificio del Real Consulado de Buenos Aires.