18 octubre, 2024
Cultura

La vigencia de Yupanqui a más de dos décadas de su muerte

Por Josefina del Solar

En el plano de la música popular, la Argentina ha dado figuras relevantes, que han trascendido incluso las fronteras del país. Y tomando en particular el género folklórico, el nombre de Atahualpa Yupanqui puede considerarse quizás el ejemplo mayor de esta afirmación. 
Guitarrista, compositor, escritor y poeta, su obra ha sido reconocida y admirada en el exterior, casi diríamos más que en su propia tierra. De todos modos sus composiciones han sido y son interpretadas no sólo por la mayoría de los músicos y cantores de proyección folklórica como Los Chalchaleros, Mercedes Sosa, Jairo, y tantos otros; suele ser música de concierto, y además intérpretes de otros géneros como el rock, aparentemente tan alejados del universo yupanquiano, en algún momento han descubierto  la riqueza de sus obras y se han volcado también  a interpretarlas. 
Su verdadero nombre era Roberto Chavero, aunque adoptó de joven el seudónimo con el que se lo conoce. Nació en el Partido de Pergamino, Provincia de Buenos Aires, el 31 de enero de 1908. Años después su familia se radicó en Tucumán. Su padre murió cuando era casi un chico, de modo que muy pronto tuvo que trabajar. Y lo hizo en varias actividades y oficios que le acercaron experiencias variadas y ricas sobre el país y su gente. Fue maestro, tipógrafo, periodista. En algún momento vivió en Entre Ríos, y recorrió también parte del país a caballo, conociendo paisajes y personajes que iban a ser la sustancia de su canto. Había estudiado música y particularmente guitarra con el maestro Bautista Almirón, a quien recordaba a menudo en entrevistas. Y este instrumento llegó a ser entonces parte de sí mismo, la expresión más acabada de esas vivencias y esos paisajes que tan bien conoció. 
Tuvo militancia política en su juventud, lo que le valió dificultades personales y hasta el exilio. Sin embargo pensamos que esas posturas iniciales no incidieron en su obra más que en ciertas frases que quedaron en algunas de sus canciones. Es decir que a diferencia de otros cantautores cuyo mérito mayor parece residir en sus posturas políticas, lo esencial de  la creación de Yupanqui pasa por otro lado. En él se dio un alejamiento de  la pertenencia a un determinado partido o ideología. Y se fue orientando a una honda búsqueda, en la que el camino, las piedras o la montaña no fueron sólo paisaje sino la expresión de una relación casi mística entre el hombre y su tierra, al punto que puede hallarse una cierta religiosidad no confesional en su obra que lo hace también único en su género. 
Por su parte el exilio le permitió alcanzar una proyección internacional que iba a alertar localmente sobre la valía del músico y cantor. En Francia Edith Piaf  se interesó por lo que hacía este argentino errante y le dio una gran oportunidad para proyectarse al invitarlo a compartir escenario en uno de sus recitales. De allí surgieron otras presentaciones por el  mundo.  En los años ‘50 regresa a la Argentina, alternando su estadía en Buenos Aires con la de Cerro Colorado en la Provincia de Córdoba, que va a ser su refugio creativo. Antes, en los ‘40 había conocido a la que fue su segunda esposa, Paule Pepin Fitzpatrick, “Nenette”, con quien tuvo un hijo. Ella era una pianista francesa con gran formación musical. Fue su compañera de vida y colaboró con él en la composición de algunas de sus canciones, bajo el seudónimo de Pablo del Cerro. 
Respecto a sus composiciones, Yupanqui dejó unas 360 canciones y piezas instrumentales basadas en ritmos folklóricos. Algunos títulos de los más conocidos: Camino del indio, Zamba del grillo, El arriero, Los ejes de mi carreta, El alazán, entre tantos otros. 
Como intérprete fue único, reconocido como guitarrista por figuras de nivel internacional como María Luisa anido por ejemplo. Algo muy profundo emergía de su guitarra. Y más allá de que la tenía, no era la perfección técnica lo que más se percibía al escucharlo, sino que era la suya una guitarra con paisaje y con alma. 
Pero también, y no en menor medida, Yupanqui fue poeta.  Lo prueban las letras de sus canciones y varios libros, algunos de poemas y otros de relatos breves en los que el hombre y la naturaleza conforman su esencia, como Piedra sola (1940), el primero, al que siguieron Aires indios, Cerro Bayo, Guitarra, y varios más. 
Decíamos que la obra enorme en calidad artística y representatividad que dejó Atahualpa Yupanqui fue ampliamente reconocida en el extranjero. Como se dijo vivió en París, y dio conciertos en distintos lugares del mundo. En Japón es una figura conocida y valorada, al punto de que existen en el lejano país cuidadas ediciones de sus grabaciones. En lo personal hemos conocido a un musicólogo alemán que vino especialmente a la Argentina para realizar su doctorado sobre la obra de Yupanqui. También en 1986 Francia lo condecoró como Caballero de la Orden de las Artes y las Letras. Y existen varios trabajos dedicados a analizar su obra musical y literaria. 
En 1990 murió su esposa Nanette, lo que le significó un golpe muy duro del que no pudo reponerse. En el ‘92 viajó a Francia para tocar, y luego de una actuación el 23 de mayo de ese año sufrió una descompostura a raíz de la cual falleció. Es decir que se cumplen por estos días 23 años de su partida. 
Con este pequeño homenaje queremos señalar también que Yupanqui sigue vigente. Y esa vigencia está en que se siguen cantando sus canciones y escuchando su voz, incluso en otras voces. Desde luego también en el sonido de su guitarra, en la que están presentes tanto el norte andino como la pampa, con sus paisajes. Un sonido que no se apaga, ya que como él mismo diría en uno de sus versos: “Madura de soledades/bajo las estrellas altas/nace cien veces la música/del fondo de la guitarra” (*)

(*) Atahualpa Yupanqui: Guitarra. Poesía y cantares argentinos. 1960.